NO sé por qué la gente se sorprende tanto con las declaraciones que el alcalde de Granada hizo hace unos días, aquellas que decían que la belleza femenina era inversamente proporcional a la cantidad de ropa que la mujer vistiera, o lo que es lo mismo, cuanto menos tapada, más guapa e interesante. Desde hace ya mucho tiempo, por mucho que nos echemos las manos a la cabeza ahora con la tan desafortunada sentencia, llevamos sufriendo esto de que la mujer para ganar en valía debe mostrar cuanto más carne mejor. Echen un simple vistazo a sus televisores, a su móvil, y verán, entre otros muchos ejemplos, que el universo de Berlusconi nos ha brindado turgentes volúmenes femeninos desde que aterrizara entre nuestras fronteras a principios de los 90 hasta la actualidad. Premisa que han copiado todas las cadenas privadas de televisión, que prefieren tener entre sus filas a periodistas llamativas que nada tienen que demostrar, salvo lo de estar bien firmes, a otras menos agraciadas a las que les costaría mucho eso de tener un desliz lingüístico. Desde las coquetas Mamachichos a los pantalones cortísimos que lucen las presentadoras de las privadas durante los programas de su prolija parrilla, las mujeres en los medios han venido sufriendo las desesperantes palabras del alcalde granadino. Es un hecho social que lamentablemente no podemos arrancar del ideario común de un simple plumazo. Es algo que se ha dado por válido y ante lo que ya poco se puede hacer, sobre todo en un mundo en el que manda la publicidad y la imagen. Otro universo, la publicidad, que nos adoctrina bastante bien.

Pero si queremos defender que no es justo, porque no lo es, que no se crucifique en la plaza del pueblo a un hombre que no ha hecho más que verbalizar lo evidente. No demonicemos, vía Twitter, a un señor por exponer lo que es un error de base que sufrimos y perpetuamos a diario. No queramos que cambie su mente, empecemos, por ejemplo, por cambiar la nuestra.