La ciudad y los días

Carlos Colón

El naranjo encendido

NO hay madrugada, desaliento, oscuridad o tristeza que pueda vencer al naranjo que está frente a mi ventana, menorah o candelabro de siete brazos con forma de ramas que el sol enciende cada mañana, hoja a hoja, antes de que su luz toque el suelo o alumbre las habitaciones. Ésta, precisamente, es su belleza: verlo alumbrar desde la habitación aún oscura, como un saludo y una promesa. Recoge este naranjo la luz más niña, más limpia, más pura de dorados quilates de un sol que cada día nace por vez primera porque, según dice la tradición coránica, cada amanecer la creación se renueva como si acabara de salir de las manos de Dios. Cuando llegue el mediodía sus hojas adquirirán un pesante color verde oscuro que curvará levemente las ramas como cuando las agobia el peso amargo de las naranjas. Pero en esta primera hora de la mañana las hojas tienen una joven levedad verde limón, y las ramas se alzan para recibir la caricia de este sol que no hiere, ni agobia, ni marchita lo que toca.

Los pájaros que dentro de poco se callarán, buscando refugio en las entrañas de sombra del naranjo, ahora pían, vuelan de uno a otro, saltan de rama en rama, añadiendo vida a la vida y alegría a la alegría. Nada posee la inocente hermosura que tienen estas mañanas de verano. "El cenit de un nuevo día amenguará tu sombra solitaria", escribió don Antonio Machado; y es cierto que bajo la luz del nuevo día que ha prendido los siete brazos con forma de ramas de este candelabro disfrazado de naranjo las penas son más ligeras, las soledades son más llevaderas y las razones para esperar son más poderosas que las que tientan a desesperar.

Invita la calle a salir en busca del fino y efímero frescor, tan puras las cosas en esta luz aún no enturbiada por el calor, y se va a los trabajos paseando a través de paisajes renacidos. Están cerradas las tiendas que entre las nueve y media y las diez se abrirán con el bostezo de los cierres descorridos. Se concentran en los barcitos que rodean al Corte Inglés los más impacientes; pasean por Tetuán, Sierpes o Francos, mirando los escaparates aún oscuros, quienes han aprovechado el fresco de estas primeras horas para salir de compras. Bullen de vida los mercados, y rebosan olor a café y a calentitos los bares que los rodean -La Centuria junto al de la Encarnación- o se cobijan en ellos -La Cantina del ciprés mudéjar en el de la calle Feria-. Todas estas promesas de felicidades pequeñas cuelgan, como si fuera un árbol de Navidad cargado de regalos, de los siete brazos que el sol recién nacido enciende en el naranjo que cada mañana me saluda.

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