EL Salvador volvió a ser el epicentro sentimental del Domingo de Ramos. Pero ni el exilio durante un lustro ni el retorno al magno templo ha hecho cambiar de parecer a los dirigentes de las hermandades del Amor y de Pasión para adaptar sus reglas a las normas diocesanas y acabar con la discriminación sexista en el cortejo nazareno. Mucho Amor, sí, y mucha Pasión, también. Pero ni teniendo un día más el año por ser bisiesto han hallado momento, amor y pasión para admitir que las mujeres tienen el mismo derecho que los hombres a experimentar esa vivencia personal e intransferible.

De las 59 hermandades que esta Semana Santa realizan estación penitencial, 51 renunciaron al apartheid de túnica y antifaz, y 8 siguen en sus trece: Amor, Penas, Quinta Angustia, Pasión, Silencio, Gran Poder, San Isidoro y Santo Entierro. Pónganse místicos y pregúntenle a sus imágenes titulares si les parece bonito. Los últimos doce meses han supuesto una involución sobre el particular, pues ni una sola de las juntas de gobierno de esas ocho hermandades ha tenido a bien interiorizar el catecismo cofrade del cardenal Amigo y someter a votación ese pormenor. La última que lo hizo fue el Calvario, el 26 de enero de 2007, aprobándose por amplia mayoría la supresión del sexismo nazareno. Eso ocurrió antes de la Semana Santa del año pasado.

Hay quienes consideran que este es un tema sin importancia. A mi juicio, dejará de tener relevancia cuando los intransigentes levanten el veto, y el asunto pase a ser el recuerdo vago de una época primitiva. Entretanto, habrá que recordar cada año la resistencia y el cúmulo de excusas, amparadas en una costumbre desmoronada, tras las que se parapetan reducidos grupos de notables de la ciudad para eludir la aplicación del sentido común. Les encantaban las cofradías que sólo eran cosa de hombres. Disimular eso es lo que cada vez les resulta más envarado.