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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

HAY dos formas de encarar el fabuloso fichaje de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid de Florentino Pérez. Una remite a nuestra vieja condición de aficionados al fútbol desde niños, cuando era sólo un juego en el que primaba la defensa sentimental de unos colores, y a una más vieja aún concepción ética de que el dinero no debe ser la única razón de las cosas.

Desde ambos puntos de vista resulta de una obscenidad repugnante pagar 96 millones de euros por el traspaso de un futbolista en un mundo en crisis en el que millones de personas no llegan a final de mes, ni siquiera a final de día. Es una cifra disparatada, que rompe todas las barreras y transmite la doble idea de que sólo los ricos tienen derecho a acaparar del mejor deporte y de que las piernas de un tío en calzoncillos dando patadas a un balón valen infinitamente más que el trabajo de un científico en precario que busca el remedio para la malaria.

Esto es nostalgia pura. Hace mucho que el fútbol está profesionalizado y mercantilizado, y lo de Cristiano Ronaldo no es sino un hito más (como lo fue Zidane en su día) en el largo proceso que le ha llevado a convertirse en lo que hoy constituye su esencia: un negocio multimillonario. Florentino, empresario de éxito, ha hecho una enorme inversión con el mismo propósito que anima a cualquier empresario de éxito en cualquier sector, a saber, el de rentabilizarla. Se trata de que la empresa multiplique sus ingresos gracias a esa y otras inversiones. Así planteada, la operación no es tan descabellada. El fútbol es elemento fundamental de la gran industria del ocio contemporáneo. Los clubes de primer nivel ya no podrían vivir de la taquilla de sus estadios ni los abonos de sus socios. El grueso de lo que entra en sus cajas procede de los derechos de televisión, la imagen de sus jugadores y de la propia marca, la venta de camisetas y otros recuerdos...

La apuesta de Florentino es que este y otros fichajes consigan que el Madrid vuelva a ganar títulos y a ser el mejor equipo del mundo (como lo era en el siglo XX). Tiene riesgos. No se gana sólo con magníficos jugadores, sino con un estilo de juego y un espíritu de equipo, como los que ha forjado Guardiola en el Barcelona. No sería la primera vez que a golpe de talonario lo único que se articula es un monstruo de egos ingobernables, un infierno de divos con el cerebro hueco y la vanidad disparatada. En el caso de Cristiano, por ejemplo, es de estas estrellas que caen mal. A diferencia de un Iniesta, un Messi o un Casillas, pertenece a la categoría de los altivos, chulescos y de mal perder. Hasta entre los mercenarios los hay más y menos capaces de generar empatía. Esto no pone en cuestión su calidad extraordinaria, pero no le ayudará.

Tampoco conviene olvidar que el azar jugará su papel en el fracaso o el éxito de este nuevo negocio de Florentino.

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