SONARON tambores de guerra y se encendieron todas las alarmas. En un acto inédito en el fútbol español, parecía que el anuncio iba a ser de los de cinco columnas en la primera página de los papeles. Cabían dos opciones para conseguir lo que ellos creían tranquilidad. Una era que el jugador renunciara, toda una sorpresa para los que conocen a un deportista cuya capacidad de sacrificio es encomiable. La otra era que el técnico le convocara, toda una quimera para los que conocen a un entrenador cuya obstinación personal pesa más que cualquier criterio deportivo.

Al final todo quedó en una ópera bufa que, lejos de ahuyentar el debate, alimenta las pasiones de una profesión, la periodística, que sirve para eso, para generar opinión, para buscar la excelencia por medio del debate. Raúl, después de mostrar una actitud hiperprofesional en todo este asunto, realizó su penúltimo regate con la voluntad de zanjar, de una vez por todas, el asunto.

Pero se volvió a encontrar con un rival timorato, escurridizo e incapaz de coger el toro por los cuernos. El máximo goleador de la selección española le puso al seleccionador de Hortaleza la muleta para que se luciera, para que confirmara de una vez por todas que Raúl no va a volver a la selección porque confía en otros. Eso no es malo, lo hace cada entrenador de equipo todos los domingos. Pero el seleccionador y ex técnico de Atlético, Barcelona, Espanyol, Valencia, Sevilla, Oviedo, Betis y Mallorca, tan alabado por muchos por su personalidad -algún día sabremos por qué-, volvió a escurrirse a la puerta de chiqueros y a huir de una decisión vital para un cargo, el suyo, cada vez más esperpéntico. Y ahí sigue él, reclamando que le echen y sin atreverse a dejarlo. Y ahí sigue la Federación, como Don Tancredo. Y así se quedarán, una vez más, las ilusiones rotas de todos en la Eurocopa del próximo verano.