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El nuevo Bernanke, el viejo Trichet

HASTA el pasado miércoles, leer los comunicados de la Reserva Federal era un deporte extremadamente creativo porque permitía a los mercados descodificar los mensajes de Bernanke más o menos como les diera la gana. La transparencia prometida en febrero de 2006 al recibir de Greenspan la antorcha sucesoria se convirtió casi desde el inicio en lo contrario. El bueno de Ben habría sido un excelente amigo de Vail y Morse, de los primeros masones, de los egipcios sin la piedra de Rosetta... y un íntimo enemigo, en este juego imaginario, de Jean-Claude Trichet, su némesis mediática, el hombre afable y transparente, el líder al que todo periodista económico pagaría por entrevistar.

Pero Bernanke ha decidido romper una racha oscurantista que comenzó en 1913 con la creación de la Fed. Cuatro veces al año se someterá a las preguntas de los plumillas. Anteayer, les concedió por primera vez 45 minutos y demostró su equiparación a los políticos en el arte de la ambigüedad y el escapismo. Para él, debió ser un trance desagradable. Nadie, y menos los académicos más laureados, quiere cerca a gente de un gremio tan (presuntamente) manipulador e indocumentado. Hubo un gesto revelador: Ben no convocó a los medios en el cuartel general de la Reserva Federal sino en un edificio adyacente bastante horrible catalogado por su arquitecto-padre como "otra muestra del noble movimiento de la modernidad". Es como si Obama recibiese a Zapatero no en la púrpura de la Casa Blanca sino en la grasa de un Kentucky Fried Chicken.

¿Por qué eran las cosas como eran y son como son? Antes, la Fed consideraba que la opacidad amplificaba su poder y mantenía alejados a los inversores del tentador panel de la información sensible. Hablar alto y claro equivalía a prestarle a los nazis los planos de la casa de Churchill. Ahora, imitar a Trichet a lo pobre (Jean-Claude aparece ni más ni menos que una vez al mes) implica asumir una exposición mucho mayor pero evitar a cambio interpretaciones erróneas de los mercados. La Fed no deja de ser un organismo político. Y, como tal, debe someterse a las cosquillas de la prensa estadounidense, más rigurosa, exigente y despiadada que la española.

La nueva fórmula Bernanke, que es la vieja fórmula Trichet, debería convertirse en una epidemia en todos los ámbitos del poder. En España, demasiados políticos, empresarios, sindicalistas, artistas y otros notorios istas se han habituado a una fórmula que sabotea la democracia y estropea el papel del periodismo: las intervenciones (los monólogos) sin posterior turno de preguntas. Si Ben Bernanke, ex pariente de Houdini y mil veces más poderoso que nuestros salgados, bonites y MAFOs, ha aceptado el cambio, ¿qué peregrino motivo puede justificar que aquí la tónica sea otra?

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