La tribuna

Ildefonso Marqués Perales

Los nuevos temporeros

COMO es bien sabido, los clásicos son dignos de atención más por alumbrar nuestro presente que por haber marcado un pasado particular. Es el caso de Karl Marx. Cualquier persona que no esté cegada por su ideología y su dogmatismo sabrá reconocer los rastros de un ingenio extraordinario en su obra. Voy a centrarme en una idea que creo que conserva tanta dosis de actualidad que conviene la pena comentar.

Marx predijo que el capitalismo haría un mayor empleo del capital constante (medios de producción) y otro menor del capital variable (del trabajo). En tiempos de bonanza económica, los capitalistas serían capaces de generar grandes plusvalías y, para ello, requerirían de la incorporación de un gran número de trabajadores. Dada la necesidad de organizar un volumen de negocio cada vez más complejo, se demandaría la creación de nuevos puestos como, por ejemplo, los superintendentes (directivos, administrativos y personal comercial).

A la postre, las grandes ganancias servirían para crear un universo, unido a los servicios y al cuidado, compuesto, en palabras de Marx, por un conjunto de "trabajadores improductivos". En este conjunto, Marx incluía a funcionarios, sacerdotes, abogados, maestros, artistas, médicos y hasta soldados. Era aquí donde Marx rompe con su concepción bipolar de las clases sociales (burgueses y proletarios) y realiza un análisis muy certero sobre la aparición de las clases medias. Ahora bien, el filósofo alemán pensaba que, en época de crisis económica, esta realidad se evaporaría creándose un gran "ejército industrial de reserva".

Actualmente, los sociólogos discuten sobre la existencia de una nueva clase social a la que denominan precariado. Esta palabra es un neologismo fusión formado por las palabras precariedad y proletariado. Grosso modo, este grupo se define por la ausencia de un trabajo regular sobre el que organizar una vida. Dentro de esta categoría se hallarían toda una amalgama de distintos ciudadanos. Se agruparían en ella veteranos operarios que la industria despidió, becarios perennes cuyos cabellos encanecieron, jóvenes que excluyeron de su currículum vitae su titulación universitaria y de hacendosos ex trabajadores de la construcción sin más sustento que las ayudas públicas y familiares.

Lo cierto es que, como señaló Robert Castel, la empresa (e incluso el trabajo) está dejando de ser para muchos un matriz alrededor de la que organizamos nuestra vida. Voy a poner un simple ejemplo de ello. En los últimos años, la maternidad siempre estuvo ligada al trabajo (sobre todo masculino). Pese a lo que debía el refrán, era el pan el que traía el hijo y no al revés. Los jóvenes se casaban cuando "se situaban". La falta de trabajo y, sobre todo, la imposibilidad de conseguir un trabajo duradero ha provocado que muchas parejas decidan tener hijos a pesar de no tener un trabajo fijo. Han esperado demasiado y una espera mayor los convertiría, en el mejor de los casos, en padres talludos, cuando no, en tíos paternales.

Durante periodos de boom económico, el precariado reduce su número pero en época de crisis, como lo predijo Marx, aumenta sus reservas. A esto habría que añadir que los daños que pueden producir las crisis económicas suelen ser peores en los países periféricos que en los centrales. Esto es, al menos, lo que nos dicen los shocks petroleros de los años setenta y la "gran recesión del 2008". En España, el paro juvenil supera el 55%. Sólo Grecia nos supera por unos dígitos que caben en un puño. El paro total no le anda a la zaga: 26,2% en 2013 (27% para Grecia). Y además, por primera vez en la historia, éste se produce entre las personas que tienen mayores cualificaciones, lo que debilita con ello la asociación entre educación y ocupación, es decir, lo que se denomina meritocracia.

El retroceso e, incluso, por qué no decirlo, el abandono de un modelo productivo convergente al europeo propiciará un mayor aumento del precariado. Nadie puede negar que los recortes en los presupuestos públicos dedicados a educación e investigación generarán consecuencias irrecuperables en la creación de empleo cualificado en un futuro reciente. Por ejemplo, la calidad y generación de patentes se resentirá. El trillado recurso al ladrillo y al turismo (Nueva Ley de Costas, Euro-Vegas, Candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos) refleja la inoperancia por parte del gobierno en la creación de un modelo alternativo. Y las secuelas pronto de dejarán sentir. Los recortes no son como una dieta necesaria para estar de nuevo en forma. Son, más bien, como una caída dolorosa que siempre deja huellas. Muchas de ellas irreversibles.

La más grave es, sin duda, la despreocupación de lo que ha venido denominándose la generación perdida. Las consecuencias de su abandono se dejarán sentir. Su inconformismo irá a más. Cuanto esto suceda, a los integrados sólo les quedará decir que son unos radicales y, casi con toda seguridad, se radicalizarán. No obstante, sólo buscaban una cosa: no vivir peor de lo que vivieron sus padres.

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