IÑAKI Azkuna es alcalde de Bilbao desde 1999. Pertenece al PNV. Lleva bigote y usa gafas. Dicen que su proceder suele ser campechano. Representa la sensatez de ese otro nacionalismo moderado que ama la bandera pero no tanto. La prueba del delito: sugiere al lehendakari Ibarretxe que se olvide del referéndum y regrese a la senda de los buenos (como si alguna vez hubiera pertenecido a ella). Su empeño es peligroso. Los templados están mal vistos en el PNV. Quizás también en CiU y BNG. Por descontado, en ERC.

Azkuna es un tipo audaz. Su naturaleza intelectual podría ser producto de su fortaleza física: es el prototipo del bigardo vasco. Cuando aconseja demuestra que no teme a nadie. Haría bien en buscarse otro trabajo. No tiene futuro. Que se lo digan al ya lejano (en la memoria) Emilio Guevara, desertor acogido por el socialismo tras comprobar que la tozudez identitaria es impenetrable. O a Josu Jon Imaz, ex presidente del partido, quien sin ser precisamente un españolista pareció demasiado blando al clan duro. Claro, el contraste con Arzalluz era abismal. Incluso Ibarretxe se le queda corto pese a esas cejas de malo.

La vía catalana no ha dado mejores resultados. Allá sigue Miquel Roca, protegido del chasco del pasado gracias a la bonanza de su bufete barcelonés. Lo intentó en Madrid viniendo de CiU y apenas se lo creyó él mismo. Ni siquiera Artur Mas confía ya en la famosa pedagogía de Azaña, asumida después por Maragall y apolillada hoy en los trasteros del Parlament. Pujol actuó a su manera, fiel a la ambigüedad de los grandes estadistas, contentando a los suyos cuando jugaba en casa y dulcificando el rostro si despachaba con el Rey. Y resiste aún Duran i Lleida, sospechoso habitual, socio indeseado de CDC, portador del talante que de verdad trasciende la futilidad de una simple sonrisa. Duran es posiblemente el último ejemplar de la cordialidad interterritorial nacida del bando centrífugo.

No habrá sucesores. La tendencia es la asimilación, que en el futuro se convertirá en absorción. El PSC, secretamente, querría parecerse un poquito más a CiU, que lleva ocho años siendo el partido predilecto del votante aunque luego las matemáticas lo dejen fuera. CiU con un toque de ERC, si me apuran, para no perder el barniz de las izquierdas progresistas. La deformación adquiere tintes casi idiotas en el País Vasco, donde a nadie se le ocurriría proclamar que EB (Izquierda Unida) es una formación no nacionalista.

¿Engrosará el PSE la lista de conversos? Como el movimiento se demuestra andando, será posible comprobarlo cuando Patxi López cumpla sus optimistas cálculos electorales y le birle Ajuria Enea a los inquilinos de siempre, con los que por cierto tendrá que pactar. La praxis aburre: en una mezcla entre nacionalistas y socialistas, son los segundos quienes más ceden y se acomodan al discurso ajeno. ¿Quieren pruebas? Las hay: Cataluña, Baleares y Galicia. Y las habrá en cualquier otra comunidad donde la necesidad se imponga.

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