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Disidencias

Carlos Mármol

El oficio de andar y contar

EXISTEN, con variantes, dos estilos de periodistas. Dos, digamos, estirpes. Una: la de aquellos que hablan de sí mismos y, por extensión, de sus amigos, que es otra forma redundante de hablar de uno mismo. Gente que parece estar en el oficio de paso, aunque logren perdurar en el tiempo, con las miras siempre puestas en algún otro sitio, además de en su propio ombligo. A principios del pasado siglo, éstos eran los periodistas que ambicionaban dar el salto, vivir ese tránsito que consistía en ir desde el periódico a la política, entendida ésta como el ejercicio de un cargo. Igual que antaño se soñaba con ser gobernador civil, ahora hay quien aspira a ser dircom (director de comunicación) o pontificador de cuadrilla. Cuestión de sofisticación. Nombres diferentes para la misma conducta: ir por la vida haciendo lobby, soltanto la vieja frase aquella de "usted es que no sabe con quién está hablando" y mostrándose en los múltiples escenarios del lugar.

La segunda variante es mucho más pedestre y sencilla. Humilde. Es la del cronista, algo ingenuo, que no concibe mejor lugar en el mundo que la redacción de un periódico, ese espacio donde cada día se alza la arquitectura efímera que es el periodismo, esa catedral herida de papel. De esta segunda condición era Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897), cuya obra narrativa completa reedita la Diputación de Sevilla, que ha recuperado, en dos ediciones magníficas, los trabajos en prosa de un hombre que murió solo a los 46 años, en Londres, exiliado y acaso desengañado, pero haciendo justo aquello que le hacía más feliz: ejerciendo el periodismo.

Liberal y republicano (aunque algunos ni siquiera lo sospechen ambas condiciones son posibles), Chaves Nogales, hijo del periodista sevillano Chaves Rey, que llegó a ser Cronista Oficial de Sevilla, es la antítesis de cierta forma de ejercer la profesión que, aunque viene de atrás, parece haberse impuesto en el panorama dominante. Olvidado durante varias décadas (precisamente por no pertenecer a grupo alguno y no ver en la política más que un espectáculo más de la inagotable pasión humana), este sevillano, escritor discreto en una ciudad tan indiscreta como la nuestra, encarna los mejores valores de un oficio que consistía, entonces y ahora, en la tarea de "andar y contar".

En sus propias palabras: "No aspiro a que cuanto digo tenga autoridad de ninguna clase. Interpreto, según mi temperamento, el panorama espiritual de las tierras que he cruzado; describo paisajes, reseño entrevistas y cuento anécdotas que es posible que tengan algún valor categórico, pero que desde luego yo no les doy. Admito la posibilidad de equivocarme. Mi técnica periodística no es científica. Andar y contar es mi oficio". Y eso hizo: describir su época (el mundo que se condensa en unas deteminadas coordenadas de espacio y tiempo) sin que su personalidad fagocitase su misión. Chaves Nogales, cuyo ensayo La Ciudad es uno de los más bellos libros escritos sobre Sevilla, pero al que nunca cegó el amor por su lugar de nacimiento (porque nacer en un sitio no se elige), aspiró a contar el universo circundante de la forma más precisa posible, sin eludir la crítica honesta. Logró incluso hacer un gran libro sobre la vida (su Juan Belmonte, matador de toros) sin gustarle la lidia. Y lo hizo todo de la misma forma: con la pasión de los discretos.

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