DE la llama olímpica a la ciudad en llamas. Atenas 2004, Atenas 2012. De la ostentación como capital del mundo durante veinte días, a las capitulaciones políticas y económicas que zambullen a los griegos para los próximos cuarenta años en la pobreza severa, tras ponerse coto a engaños e ínfulas. Es importante analizar su bancarrota como ejemplo de la falacia que supone prometerle a la población de un territorio el desarrollo y la prosperidad mediante la descomunal inversión en infraestructuras y equipamientos dimensionadas para un evento efímero, excesivas y vacías ya desde el día siguiente a la clausura.
El presupuesto de los Juegos de 2004, primero manejado por el Gobierno del socialista Kostas Simitis, y después por el conservador Kostas Karamanlis, se elevó a los 10.000 millones de euros, el doble de lo previsto. Y se financió con préstamos de la banca europea, pese a que la deuda pública helénica ya era escalofriante desde comienzos de siglo, superior a los 100.000 millones de euros (ahora es de 300.000 millones).
En lugar de transformar radicalmente su economía y su sociedad, invirtiendo esos 10.000 millones de euros en educación e innovación, quisieron aparentar que ya eran un país rico, para rendir culto colosal a su mítico pasado. Los frutos de ese sobreesfuerzo en formación y ciencia no les evitarían ahora un ajuste durísimo. Pero en cinco o diez años comenzarían a rentabilizar con creces esa inversión, y tendrían trazado un camino de recuperación y esperanza. Por contra, optaron por enterrar el dinero en dotarse de equipamientos galácticos donde el gasto no genera ni producto ni valor ni desarrollo. Y ahora están en una situación dramática, sometidos a los acreedores, sin margen para crear un nuevo modelo de desarrollo.
En ciudades como Sevilla, proclives a crasos errores de apreciación, porque se confunde la inversión que causa el desarrollo con la que es consecuencia del desarrollo ya alcanzado, ha de ser motivo de reflexión.
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