Crónica personal

Pilar Cernuda

Un órdago y dos derrotas

ALBERTO Ruiz Gallardón ha pronunciado la palabra derrota, ha confesado que se siente derrotado tras el anuncio de que no sería incluido en la lista madrileña del PP al Congreso, pero tampoco Esperanza Aguirre ha salido bien parada de esta historia: no se puede lanzar un órdago a siete semanas de unas elecciones generales, no se puede colocar en una situación imposible al presidente del partido, no se puede dar munición al adversario para arremeter contra un PP que ha aparecido con sus heridas al descubierto cuando lo que hacía falta era fomentar la imagen de cohesión y de lucha común por un mismo proyecto. Aguirre ha conseguido su objetivo, meter un rejonazo a Gallardón, pero el avío que le ha hecho a Rajoy le pasará factura. Al tiempo.

Mariano Rajoy se ha visto obligado a imponer su autoridad ante dos dirigentes, importantes dirigentes, en los que ha primado su lucha por el poder antes que la lealtad al partido en el que ocupan altos cargos. Gallardón se equivoca desde hace años al recordar periódicamente que aspira a presidir el partido, lo hizo en tiempos de Aznar y lo ha repetido con el PP en la oposición. Enturbió el éxito de Rajoy en las municipales y autonómicas al reiterar sus aspiraciones este pasado verano, pero incluso en el caso de que Rajoy decidiera no incluirle en las listas, sus ansias de banquillo, de escaño, estaban amortizadas, por conocidas. Sin embargo, que Aguirre dijera que si él estaba ella también, y expresara su intención de dimitir como presidenta del gobierno regional para presentarse también, es el elemento nuevo que ha colocado al PP en el ojo del huracán.

Rajoy ha dado finalmente el puñetazo en la mesa para imponer su criterio, pero el mal estaba hecho. Hasta la importancia del fichaje de Manuel Pizarro quedó opacada por el órdago de Aguirre y la decisión salomónica de Rajoy de descartar a los dos candidatos. Pero le han hecho daño Aguirre y Gallardón, claro que lo han hecho, sería ridículo no reconocerlo. Gallardón, por su empecinamiento; Aguirre, por dar prioridad a poner fin a las ambiciones del alcalde de Madrid, sin pensar en la situación en que dejaba a su partido.

El presidente del PP ha cometido también algún pecado: no manejó bien los tiempos. Si no pensaba incluir a Ruiz Gallardón en la lista al Congreso, debió anunciarlo hace meses, así no le habría explotado la bomba en plena precampaña. Y además Gallardón no se sentiría tan dolido, tan derrotado, como se siente ahora, en que es un animal político herido, que creía que el silencio significaba que finalmente tendría escaño, por eso la negativa de Rajoy le ha dejado tan dolorido. Pero el presidente del PP al menos ha tenido el coraje de demostrar que quien manda en el PP es él y no permite que nadie le imponga nada, y a las dos personas que le han presionado les ha dejado en la cuneta.

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