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El análisis

El oro y el dólar

Los expertos atribuyen una parte del imparable encarecimiento de las materias primas al creciente rechazo del 'billete verde' como moneda refugio o de reserva

HAY ideología detrás del déficit comercial norteamericano? ¿Puede influir el resultado de las elecciones en EEUU en la cotización del dólar? Lo que no se discute es que si el ganador decide enfrentarse a ambos problemas, lo va a tener bastante difícil. El déficit comercial norteamericano tiene más de 20 años ininterrumpidos de historia, lo que significa que dos de los pilares básicos de su economía durante todo este tiempo han sido, por un lado, la demanda interna, es decir, el elevado nivel de gasto interior, especialmente el consumo de los hogares, y, por otro, la confianza del resto del mundo en la fortaleza de su economía, que ha garantizado el trasvase del ahorro desde otras partes del mundo para cubrir las crecientes necesidades de financiación exterior de la economía estadounidense.

Es como si los americanos se hubiesen acostumbrado, gracias a su prestigio, a vivir con déficit, es decir, a gastar más renta de la que generan, que es lo que habitualmente se conoce como vivir por encima de las posibilidades. Lógicamente, esto ha sido posible gracias a la extraordinaria confianza en el dólar y en los activos emitidos en esa moneda. La aceptación de la divisa norteamericana como unidad de reserva internacional ha supuesto un importante privilegio para el país, puesto que en la práctica significa que los americanos pueden hacer frente a sus deudas entregando la moneda que sólo ellos emiten. También conlleva un importante componente de riesgo y responsabilidad, dado que algunas decisiones particularmente complejas, como las de cuánto déficit puede soportar la economía y durante cuánto tiempo o cuál es la cantidad de dólares que debe circular, exigen no sólo habilidad y sabiduría, sino también prudencia.

Cuando funcionaba el patrón oro, los países que importaban más de lo que exportaban, como ocurrió en España durante el siglo XVII, cubrían la diferencia exportando oro. Hace ahora un siglo que la onza se cotizaba a 20 dólares, que era el precio al que se había mantenido durante prácticamente todo el XIX, pero entonces se puso en marcha un proceso de pérdida de valor del dólar que no ha parado hasta la actualidad. Antes de comenzar la II Guerra Mundial el precio de la onza de oro ya había alcanzado los 35 dólares y en los años cincuenta ya andaba por los 70. Por entonces la única moneda que todavía garantizaba su convertibilidad en oro era el dólar, cuya cantidad en circulación no dejaba de crecer, con su consiguiente depreciación, simultánea al encarecimiento del oro.

En 1968, los norteamericanos consiguieron el compromiso de otros bancos centrales de dejar de operar en el mercado del oro, confiando en que así conseguirían reducir su precio. El problema era que los dólares en circulación seguían aumentando y perdiendo valor y algunos bancos centrales advertían que si se mantenía el deterioro de sus reservas las convertirían en oro. En agosto de 1971 Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar, en 1973 el precio de la onza alcanzaba los 125 dólares y en enero de 1980 llegaba a los 850, el nivel más alto de la historia, por encima del cual parecía que ya no podría crecer. La recuperación del dólar durante la década de los 90, apoyada en el liderazgo económico norteamericano de la fase inicial de la globalización, hizo que el precio del oro descendiera hasta los 300 dólares por onza, en el que, con altibajos, se mantuvo hasta mediados de 2002. En ese año se inicia el proceso de depreciación frente al euro, en el que todavía estamos, y de encarecimiento del oro, que a comienzos de 2008 vuelve a recuperar el máximo histórico de los 850 dólares de 1980. Apenas dos meses después se está a punto de sobrepasar la mítica barrera de los 1.000 dólares por onza.

Algo parecido ocurre con el conjunto de las materias primas y con el petróleo, cuyos espectaculares aumentos de precio durante los últimos meses atribuyen, al menos en parte, los expertos al creciente rechazo del dólar como moneda de refugio, es decir, como moneda reserva. Por si fuera poco, los datos sobre futuros en el mercado del petróleo anuncian una reducción en el precio del crudo que se interpreta como una consecuencia de la acumulación anticipada de inventarios, ante el previsible mantenimiento de la evolución a la baja de la divisa norteamericana, pero tras lo que también se advierte que los mercados estarían encontrando soluciones compatibles con sus intereses y con el mantenimiento de la depreciación del dólar.

A todo esto hay que añadir el anuncio de nuevos recortes de tipos por parte de la Reserva Federal, con el fin de evitar el desplome de la demanda interna, pero que también supone un estímulo para que los capitales abandonen sus posiciones en dólares y se acentúe la pérdida de valor, con el consiguiente riesgo sobre la inflación y sobre el éxito de las políticas concebidas para el sostenimiento de los niveles de consumo. La impresión es que ya no hay margen para seguir ignorando los problemas de déficit comercial y de precio del dólar. Tampoco lo pueden ignorar algunas de las economías que más crecen, tanto porque inevitablemente acusarán el golpe de la recesión en su principal mercado de exportación, como porque China, Hong Kong, Taiwán, India, Corea y Rusia son los países que, junto con Japón y los propios EEUU, mayor volumen de reservas en dólares mantienen de todo el mundo.

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