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Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

El país ideal

Las contradicciones son necesarias en un Estado moderno. Lo contrario se llama totalitarismo

Este año parecen haber tenido especial éxito de audiencia quienes se manifiestan no ya en contra de determinados eventos como el desembarco de la Legión en Málaga para el traslado del Cristo de la Buena Muerte, sino de la Semana Santa en toda su extensión. Conviene aclarar que nos referimos a un éxito de audiencia en el contexto de las redes sociales, es decir, en un ecosistema altamente especulativo; pero también cabe apuntar que los medios se hacen cada vez más eco de lo que pasa en Twitter sin reparar de manera crítica en el contexto, a la vez que cierta clase política insertada en la nueva izquierda ha optado por hacer de los espejismos virtuales materia electoral de primer orden en beneficio propio, sin desdeñar el rosa (véase el reciente anuncio en el mismo Twitter del estado de buena esperanza de Irene Montero y Pablo Iglesias, algo inédito en la historia de la política española con la excepción de la Casa Real). Así que, del mismo modo, tenemos a esta izquierda, autoproclamada auténtica, divulgando mensajes más o menos anónimos para denunciar lo que consideran un regreso a la Edad Media a cuenta de las procesiones, la vulneración de la categoría aconfesional del Estado y un atropello a los derechos relativos a las creencias de quienes no creen. Con mofa y mala uva cuando lo han considerado oportuno.

Y, bueno, dado que escribir sobre estos asuntos significa quedar expuesto sin más remedio al señalamiento, igual es oportuno aclarar que a un servidor tampoco le gusta mucho la Semana Santa, y que la decisión de poner una bandera a media asta por la muerte de Cristo, además de rechazable en un país democrático, podría entenderse como una falta de respeto por muy diversas razones. Pero no deja de resultarme llamativa la creciente indignación, beneficiada por las últimas megafonías, que muchos expresan hacia todo lo que consideran un obstáculo para la consecución de su país ideal. Ya no se trata de reclamar sentido común ni un debate público, sino la fulminante eliminación de todo aquello que nos impide ser verdaderamente modernos. Y no es que esa izquierda que llama a asaltar el cielo cometa otro error de bulto al vincular la Semana Santa con la derecha (si les diera por meter la nariz en una procesión no soportarían el shock), sino de aceptar que las contradicciones y las realidades que no nos gustan, salvo que atenten contra la Constitución, son necesarias en un Estado moderno. Lo contrario se llama totalitarismo. Así funciona.

La Semana Santa no hace a España menos aconfesional. La calle es de todos. Hasta de los cofrades esos tan pesados. Con perdón.

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