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APENAS les dio tiempo a los socialistas andaluces de respirar la parte que les correspondía del alivio por la retirada de Zapatero (sin él la victoria en 2012 está algo menos lejana). Todas las noticias de esta semana han sido o malas o peores.

Se han sucedido tormentas y vendavales. Al revés que supuso tener que enviarle a la jueza Alaya las actas de todos los consejos de gobierno celebrados desde 2001 en relación con el escándalo de los expedientes de regulación de empleo se sumó la investigación acerca del fraude en las ayudas de la Unión Europea a la contratación de parados (confirmado: una de cada cuatro empresas cometieron irregularidades) y, para remate, las informaciones sobre el tráfico de influencias presuntamente cometido por Iván Chaves mientras su padre era presidente de la Junta de Andalucía -la paradoja es que a Manuel Chaves le está pasando como a su enemigo, Alfonso Guerra, y con el mismo origen en una ruptura matrimonial- terminaron por configurar un panorama de deslegitimación y decadencia del poder autonómico socialista.

Y todo estalla con la retaguardia agrietada, cuando el surrealista episodio de la candidatura a la Alcaldía de Jerez y la dimisión del consejero de Gobernación y Justicia, Luis Pizarro, han venido a constatar, de manera brutal, la existencia de un problema de liderazgo en el PSOE andaluz. La exigencia, finalmente satisfecha, de asunción del control del partido por parte de José Antonio Griñán, se ha revelado fallida. Ni ha pacificado a la organización ni ha fortalecido al Gobierno andaluz que el mismo Griñán encabeza. Las dagas han sido patrióticamente envainadas por ahora, pero después del 22 de mayo puede ocurrir de todo.

Si se mira bien, todo lo que está pasando a los socialistas de Andalucía está dibujando el paisaje de una derrota. Hay un contexto de gravísima crisis económica a la que no se le ve ni asomo de final. No hay una cobertura nacional de un PSOE fuerte con un dirigente carismático bajo el que cobijarse, sino todo lo contrario. Hay una situación social en la que la gente no perdona que los gobernantes cometan irregularidades o sean ineptos. Hay escándalos de corrupción derivados de una hegemonía demasiado larga, la inercia, la desactivación de los controles y la pasividad ante los aprovechados. Hay un liderazgo en crisis incapaz de afrontar los desafíos de una realidad hostil. Hay una división cainita que impide encauzar las escasas energías hacia fuera y fomenta la dictadura de la endogamia...

Están presentes todos los mimbres que aseguran la inevitabilidad de la derrota y apenas queda tiempo de construir otros.

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