La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

De palcos, sillas y casetas

La Semana Santa más auténtica se vive fuera de la carrera oficial y la feria en las casetas particulares

Comenta un lector a propósito del artículo de ayer: "No se da cuenta de que el carácter privado de las casetas hace que no solo los turistas, sino cada vez más sevillanos no puedan hacer otra cosa que deambular por la feria, porque el modelo de feria que tenemos está pensado para el pueblo grande que fue Sevilla hasta los años 60, cuando había una red de relaciones sociales mucho más pequeña, concreta y simple. Es como si participar en la Semana Santa solo tuviera sentido si tienes silla en la Campana o palco en San Francisco". Sí, me doy cuenta. Pero en aquella Sevilla los sevillanos que no tenían caseta -siempre muchos más que quienes la tenían- se limitaban (nos limitábamos) a deambular por la feria, comerse unos pinchitos morunos de los puestecillos que los exhibían cubiertos de perejil, comprarle a los niños una manzana de caramelo o un algodón de azúcar, subirse en los cacharritos y terminar en las buñoleras de la estatua del Cid o el casetón de la chocolatería Virgen de los Reyes (que, repare en el lujo, servía el chocolate en tazas de la Cartuja). Para sentarse estaban el parque o los bares de los jardines de Murillo.

¿Y los turistas? Los de lujo, como Grace Kelly, Orson Welles o Ava Gardner, se exhibían en los coches de caballos de sus anfitriones y ornaban sus casetas. Los comunes, que eran muchos menos que hoy, deambulaban por el Real. Alguno, como el Escocés, hasta se convirtió en parte tan esencial de la feria como los siniestros autómatas baturros que pisaban uvas o el bueno de José Rivera, aquel torero cómico conocido como Caracolillo de Écija o Pulga que se ganaba unos duros paseándose por la feria anunciando las yemas El Ecijano vestido de bandolero sin despojarse de sus enormes gafas de sol (un personaje que, como sus compañeros Gordito de la Algaba, el Hombre Apache Sevillano, el Bombero Torero, los Enanos Toreros, Chinito Cha-Chi-Pum o el Pequeño Sambito, jamás tuvo un Fellini que lo filmara).

Nada tiene que ver la feria, y su irrenunciable dimensión doméstica y privada, con la Semana Santa. Porque nada tiene que ver una caseta con las sillas o los palcos de la carrera oficial, lo que se celebra por las calles de la ciudad y lo que se hace en un recinto formado por casetas. Por eso, la Semana Santa más auténtica (si es que todavía existe) se vive con mayor verdad fuera de la carrera oficial y la feria, en las casetas particulares.

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