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Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

La paradoja del turismo

En Sevilla la masificación turística empieza a provocar efectos que exigen una regulación clara

El comité de expertos encargado por el Ministerio de Hacienda de reformar la financiación local ha recomendado a aquellos ayuntamientos que se lo puedan permitir que introduzcan un impuesto turístico que grave las pernoctaciones en los hoteles. La tan traída y llevada tasa, que introdujo Baleares hace ya algunos años, adquiere carta de naturaleza y en Sevilla es ya un debate abierto en el que la Junta le ha dejado al alcalde Juan Espadas la responsabilidad exclusiva de su posible puesta en marcha. Con el turismo estamos asistiendo a una curiosa paradoja: de ser el maná que todos nuestros problemas iba a solucionar y que iba a suplir nuestras muchas carencias en otros sectores, ha pasado a contemplarse como una actividad con tendencia a convertirse en tóxica si no se la controla. A él se atribuyen efectos tan nocivos como el de desvirtuar la riqueza patrimonial y paisajística o echar del centro histórico a los moradores locales para dejarlo en manos de los apartamentos turísticos, la mayoría de ellos ilegales, y de las franquicias que bloquean las aceras con masas de veladores que sirven paellas liofilizadas y sangrías intragables.

En Barcelona, donde la presión turística se ha convertido en la primera preocupación local, compitiendo supongo que con la deriva separatista, se ha llegado incluso a la aberración de que un partido radical, pero legal, que se sienta en las instituciones catalanas, ha justificado un atentado de terrorismo callejero contra un autobús que fue incendiado.

En Sevilla, afortunadamente, estamos lejos de estas peligrosas mamarrachadas, pero no cabe duda de que la masificación turística en la zona histórica de la ciudad empieza a convertirse en algo más que una fuente de ingresos saneada. Hay efectos que ya no se notan con intensidad, como la burbuja en el precio de los alquileres, evidente en el centro pero que se extiende prácticamente por todos los barrios de la ciudad, o la degradación de una de las principales zonas monumentales del país a base de tiendas de recuerdos y terrazas de bares fotocopiadas unas de otras y sin personalidad.

La tasa turística no es la panacea ni va a solucionarlo todo. Pero si ayuda a regular un sector que está claramente desmandado, a hacerlo, como se dice ahora, más sostenible, bienvenida sea. No se puede caer en maximalismos estúpidos y dejar de reconocer que el turismo ha venido en ayuda de una economía tan débil como la de Sevilla en un momento especialmente delicado. Y que necesitamos que se quede. Pero, como casi todo en esta vida, para cuidarlo hay que mimarlo y vigilar su crecimiento. Sobre todo, no hay que olvidar que para que siga trayendo beneficios, si se puede más cada día, hay que preservar lo que los turistas vienen a ver y, también, a sentir.

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