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el poliedro

José / Ignacio Rufino

Quiénes son los parásitos

Los jóvenes y profesionales europeos aportan con nitidez mucho más de lo que consumen del sistema social británico

EL llamado Brexit o abandono de la Unión Europea por parte del Reino Unido llegó sigilosa y taimadamente como un barco corsario inglés se arrimaba a la costa para saltear las propiedades ajenas con el permiso de Su Majestad. En el caso español, la coincidencia con la repetición de unas elecciones domésticas hizo que pocos prestaran atención a un asunto que, al vencer los partidarios del abandono en el referéndum, se descarnó en toda su importancia. Pocos hoy no tienen un argumentario exprés al respecto: la polarización entre perjudicados y beneficiados por la globalización, la otra polarización por edades entre los británicos, el caso escocés e irlandés, el daño sobre la City financiera de Londres, las letales consecuencias de la pérdida de jugadores comunitarios en la Premier, el papelón de Cameron, el rabo entre las piernas del incendiario Boris Johnson. También cuestiones más cercanas nos hacen analizar un asunto complejísimo (complejidad por la cual quizá no debería haberse sometido a referéndum tal cambio histórico). La hija de un amigo sintió con humillación el Brexit: vive en Manchester, con su novio inglés, donde lleva una vida laboral nutritiva para su presente y su futuro. Ahora, confiaba con pena a su padre, siente como que no la quieren, como que es una apestada usurpadora comunitaria. Pero los datos y los hechos dicen justo lo contrario: su contribución al país de destino es muy superior a los recursos que consume, y no le roba el trabajo a nadie. La xenobofia disfrazada de falsos hechos bien pudiera ser más asquerosa que la que sencillamente se basa en la repelencia esencial "al otro", menos hipócrita y acomplejada.

En Gran Bretaña viven tres millones de comunitarios; en la Unión Europea viven un millón doscientos mil inmigrantes británicos. Analizando los rasgos generales y los pros y contras básicos de este juego de in and out, lo primero que cabe afirmar es que el intercambio es beneficioso para ambas partes, si bien no en todos los casos. Una publicación euroescéptica como el semanario inglés The Economist secunda de nuevo esta semana, con datos, tal afirmación. Comencemos por la contribución de los jóvenes europeos a la causa británica. Tales jóvenes, en un rango de edad amplio, como desde 18 a 45, conoce dos segmentos diferenciados. El primero, el de trabajadores no cualificados que acuden allí a aprender inglés y ver mundo -práctica que los británicos ha querido para sus cachorros desde hace décadas-, y ocupan puestos de trabajo de subsistencia (camareros, au pairs, etc.), que en ningún caso roban a un inglés: no verán en un comercio de souvenirs o en un pub del centro de Londres a un dependiente nativo. Luego estos europeos dan gloria al incipiente mundo de servicios de muchas ciudades. No roban nada, son compatibles culturalmente con el entorno y dan alegría, quitan marrones.

Otro segmento es profesional, que alimenta con calidad no ya, por ejemplo, el sistema de salud de aquel país, sino que también cubre desajustes de la oferta y demanda laboral. Y por supuesto, contribuyen al fisco y el sistema social de allí: como recuerda The Economist, dan mucho más a dicho sistema de lo que consumen de él. Van poco al médico y la mayoría no tienen hijos allí. En el otro lado de la balanza y el saldo migratorio están los que salen de la isla para venir, por ejemplo, aquí. En buena medida, jubilados que buscan un clima más benigno para sus huesos, buenas casas baratas y hasta pueblos donde no hace falta aprender español. Ellos sí consumen bastante en prótesis, operaciones de cataratas, atención primaria y demás: en eso están encantados de ser comunitarios. Cabe hipotetizar que, en su caso, su aportación es menor que los recursos públicos que consumen.

Pero de qué estamos hablando, my God?

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