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La tribuna

Alberto Priego Moreno

¿Qué está pasando en Afganistán?

EN septiembre de 1979 la Inteligencia americana remitió un informe titulado ¿Qué están haciendo los soviéticos en Afganistán? al entonces asesor de Seguridad Nacional, Brzezinsky. La respuesta no aclaraba mucho: "simplemente no lo sabemos". Tres meses más tarde los tanques soviéticos cruzaban la frontera afgana sumiendo al país en una etapa de tinieblas que dura hasta hoy.

Hoy, treinta años después, son muchos los que repiten como si de eco se tratara: Afganistán no tiene solución, nadie ha podido conquistarlo. Quizás ese haya sido el principal error cuando se ha tratado de enfocar el problema. Desde que los aviones norteamericanos lanzaran los primeros proyectiles, en noviembre de 2001, la estrategia ha sido la misma que usaron griegos, rusos o británicos: la conquista.

Desde que Barack Obama asumiera la Presidencia de los Estados Unidos parece empeñado en la estabilización de Afganistán y para ello se antoja fundamental el abandono el modelo conquista por otro basado en la pacificación, a no confundir con rendición. El ejemplo más claro es el cambio del comandante en jefe, que hasta el 15 de julio era el general McKiernan, a quien sustituye el general McChrystal. La diferencia fundamental entre ambos militares nos muestra el cambio de estrategia sobre el terreno.

Mientras que McKiernan es un militar tradicional acostumbrado a las acciones convencionales evitando las bajas en sus filas, McChrystal es un militar especializado en contrainsurgencia, con una hoja de servicios en la que destacan méritos como la toma de Faluja o la captura del terrorista Al Zarqawi. El nombramiento del que fuera jefe del Estado Mayor Conjunto, McKiernan, ha sido recibido en Afganistán casi con tanta espectación como Obama en su investidura en Washington. Incluso Richard Hoolbrok, más conocido como Mr. AfPak, le ha definido como alguien con "una mirada fresca" o y con "nuevo liderazgo".

Para facilitar el trabajo de McKiernan, los marines han lanzado el mayor ataque desde la toma de Faluja. Un total de 4.000 soldados norteamericanos y 650 afganos están luchando por lograr el control de las zonas más rebeldes de Helmand. La operación trata de acabar con los principales bastiones talibanes, pero al tiempo busca extender el poder del gobierno central a aquellos rincones que hace años que no conocen más autoridad que la de los talibanes ni más ley que el Pashtunwali. Se trata de un nuevo ejemplo de la política de pacificación del presidente Obama que además de en las armas -el palo-, también confía en la reconstrucción -la zanahoria- como solución a los conflictos.

Así, parece que Washington apuesta por un mayor despliegue de tropas sobre el terreno que genere más confianza entre la población afgana. Este hecho se antoja fundamental, habida cuenta los principales retos que la ISAF tendrá que afrontar en los próximos meses: lograr una alta participación en las elecciones de agosto que legitime al gobierno que resulte elegido y la tan deseada reducción del cultivo de opio. La nueva táctica militar adoptada por el presidente Obama requiere de un mayor esfuerzo de los aliados, quienes no sólo deberán enviar más tropas a Afganistán, sino que deberán preparar a sus opiniones públicas para tener un mayor número de bajas. El primero en sufrir los efectos de la nueva estrategia ha sido el Reino Unido, que ha sufrido 15 bajas en diez días, lo que ha provocado un duro debate politico entre conservadores y laboristas.

Parece claro que la prioridad ahora es ganarse a la población civil, incluso si para ello tenemos que asumir un mayor número de bajas entre nuestros soldados. Por ello, una táctica basada en contrainsurgencia reduciría la necesidad de usar los ataques aéreos que tantas víctimas civiles se han cobrado. Sin embargo, aún quedan algunas preguntas por resolver como ¿qué se va a hacer en el tema de la droga? Los 800 millones de dólares malgastados cada año en la lucha contra los narcóticos en Afganistán sólo han servido para alcanzar cifras récords en la producción de opio, cifras que ni tan siquiera se alcanzaron con los talibanes. Se trata de un problema que, al igual que el terrorismo, aunque se origine muy lejos de nuestros hogares, acaba afectando a nuestras sociedades. Por ello, debemos actuar allí donde se origina, en Afganistán, aunque el coste humano pueda llegar a ser alto.

Si bien es cierto que la estrategia militar adoptada por Robert Gates es acertada, esperemos que cuando los próximos informes de inteligencia pregunten "¿qué está pasando en Afganistán?" la respuesta no sea "simplemente no lo sabemos".

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