FERIA Toros en Sevilla hoy | Manuel Jesús 'El Cid', Daniel Luque y Emilio de Justo en la Maestranza

LA detención de los quince individuos de Écija que quisieron linchar a los bomberos que habían acudido a tratar de salvar a los seis miembros de una familia muertos en el incendio del domingo induce a una reflexión sobre la miseria de la información y su influencia en los comportamientos colectivos.

Algunos de los detenidos tienen antecedentes por drogas, tenencia de armas y contra la propiedad. Ninguno es familiar de las víctimas del fuego. Sin embargo, durante mucho tiempo, demasiado, los periodistas los presentamos como catalizadores de la ira de todo un barrio por la tardanza de los bomberos en acudir al siniestro, tardanza que se reveló falsa muy pronto. "Los vecinos del barrio expresaron su indignación ante la pasividad de los bomberos", se decía. No fueron los vecinos, sino unos cuantos vecinos, pero a toda España se le transmitió la imagen de una Fuenteovejuna popular que se levantó contra la injusticia y la incompetencia que se ceba en los más humildes. Incluso se ha gestado alguna iniciativa parlamentaria, rápidamente reconvertida: como parece claro que los bomberos no fallaron, ahora se trata de cuestionar por qué los policías y guardias civiles no les protegieron de la agresión (cuestión a investigar, por cierto).

Hay casos menos dramáticos, pero igualmente significativos de cómo se moldea la opinión. Cuando los locutores anuncian, por ejemplo, que los aficionados recriminan a los futbolistas de un equipo por haber perdido algún partido, o muchos partidos, uno espera una gran protesta de miles de seguidores, pero lo que ve es un grupito de iracundos, a menudo mozalbetes, chillando y berreando sin dejar de mirar hacia la cámara de televisión. Su representatividad suele ser ínfima, y la difusión que alcanza su protesta, máxima.

Precisamente, el protagonismo de la televisión es determinante en las conductas de la gente en toda clase de conflictos. No creo que la presencia de las cámaras genere directamente violencia, pero sí es cierto que altera de manera sustancial los códigos de conducta de muchos. En el caldo de cultivo de una situación de por sí dramática o tensa hay individuos que buscan sus quince minutos de gloria comportándose como nunca lo harían sin formar parte de una masa predispuesta y sin una cámara atenta. Actúan o, si se quiere, sobreactúan, a sabiendas de que no van a pasar desapercibidos. Igual que uno posa para la fotografía, también adquiere una pose para la televisión. La cámara hace que no se sea natural, que se aparezca con el estado de ánimo que la cámara demanda: exaltado y eufórico si el equipo ha ganado, triste y lloroso en los funerales, agudo y brillante en los concursos e indignado cuando hay que culpar a los bomberos de una falsa tardanza.

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