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EL incidente de Aznar en la Universidad de Oviedo, cuando respondió con una peineta a un grupo de estudiantes que le llamaban criminal de guerra y otras lindezas, recuerda al que padeció Felipe González cuando ya enfilaba la recta final de su último mandato. Unos estudiantes muy politizados tratan de reventar un acto público del líder que más detestan y lo hacen sin el menor respeto a la libertad de expresión y a la convivencia.

Me parece que González, en aquella ocasión, optó por el silencio y el estoicismo ante los alborotadores, que tenían su provocación organizada al detalle, como los que ahora han agredido verbalmente a Aznar (¿o alguien cree que éstas son manifestaciones espontáneas del estudiantado?). Aznar no. Aznar les ha dedicado una sonrisa de desprecio y un gesto grosero, que hemos visto mil veces, consistente en levantar el dedo corazón manteniendo los otros dedos recogidos. Mil veces lo hemos visto, sí, pero con protagonistas de menos nivel educativo y más chabacanos.

Como ocurre con todo lo que tiene componentes políticos en España, y más si José María Aznar anda por medio, la opinión ha excavado las inevitables trincheras para agazaparse cada cual en la suya: para unos toda la culpa es de los reventadores, y para los otros, del ex presidente del Gobierno. Y se ha formado un guirigay digno de mejor causa, la verdad. Quiero decir, que tampoco es un asunto como para que media dirección del PSOE y media dirección del PP se pronuncien en horario de mañana, tarde y noche. Entre los problemas de España éste debe ser algo así como el número trescientos cuatro en orden de importancia.

Yo creo que la responsabilidad máxima del incidente debe recaer en los que se organizaron y planearon insultar a quien fue presidente del Gobierno de España durante ocho años. Que les guste más o menos su figura y su trayectoria es irrelevante, como lo es que hayan querido expresar que están en su contra. Pero no tienen derecho a interrumpir un acto público ni a agredirle con insultos y pancartas. Merece el respeto que se le debe a cualquier orador y a todo ciudadano que explica sus ideas y defiende sus planteamientos con la palabra. La discrepancia sólo puede ser gamberra cuando no existen otras vías que la algarada para hacerse oír. No es el caso de nuestro país.

En segundo lugar, Aznar reaccionó mal. Impropiamente. Hace poco el ex primer ministro británico Tony Blair tuvo que acudir a declarar ante la comisión parlamentaria que investiga, precisamente, la participación de su país en la guerra de Iraq. A la entrada le liaron una buena. Él aguantó el chaparrón. Es lo que debió hacer Aznar cuando le pitaron en Oviedo por lo mismo. Por Iraq.

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