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Carlos Colón

Eres tú mi peluchito

ESTE hombre no gana para sofocones. De momento tiene prestadas una silla checa sin voz ni voto y una silla francesa con voz y voto para estar en la cumbre de Washington. Y Obama sin llamarle, y el teléfono sin sonar, y presidente tras presidente -nueve iban ya ayer- recibiendo su llamada sin que en la Moncloa repiquetee un timbre, se oiga a De Niro diciendo con voz temblorosa "abogaaado, abogaaado" o se oiga el "Siempre a tu lado estaré, mi amor por ti mostraré, te daré muchos mimitos, eres tú mi peluchito" del politono del conejito mimoso que Zapatero debe estar deseando cantarle a Obama: vaya a usted a saber qué suena en los teléfonos de la Moncloa.

El caso es que ni timbre, ni De Niro, ni peluchito: en la Moncloa, hasta ayer, no sonaba la ansiada llamada. Como a la Magnani en el monólogo La voz humana o como a Laurence Harvey en el melodrama de Jack Clayton me imagino a este hombre sin lugar en la cumbre.

Porque si Zapatero seguía ayer sin recibir la llamada que ya han recibido los primeros ministros de Australia, Canadá, Francia, Alemania, Israel, Japón, México, Corea del Sur y Reino Unido, también seguía sin silla propia o fija en Washington. "Sarkozy cede una plaza a Zapatero en la cumbre financiera", titulaba El País. Tan cedida, es decir de otro, es la plaza que cuando el periódico preguntaba por qué en vez de anunciarlo la Moncloa mantenía la incertidumbre, sus "fuentes gubernamentales" se veían obligadas a reconocer que "es a Francia, y no a nosotros, a quien le corresponde anunciarlo". Ya lo decía la copla: "Desgraciaíto de aquel que come pan de mano ajena, siempre mirando a la carita si se la ponen mala o se la ponen buena".

Cosas de no estar en su sitio. No sé si fue Benavente o Arniches el que dijo que en el teatro y en la vida conviene sentarse en la butaca que nos corresponde, ya sea de patio, entresuelo o gallinero, en vez de ocupar la localidad de otro para vivir o asistir a la representación temiendo que el acomodador nos eche del asiento que ocupamos abusivamente.

Qué antigua y rancia me parece esta farsa de menesterosa hidalguía, de pobreza vergonzante, de "sujetadme que lo mato", de "más vale honra sin barcos que barcos sin honra", de marqués de Bradomín o de don Luis, el hidalgo de Villar del Río del que se escribe en el guión de ¡Bienvenido Mr. Marshall!: "Ninguna mancha enturbia sus blasones, ningún dinero envilece sus bolsillos… Recuerdos gloriosos de pasadas gestas anulan los desvaríos del estómago… Consume menos maíz que el último labriego y mantiene, no obstante, encendido, el brillo de la estirpe en la mirada".

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