LA confianza de los consumidores en la economía española se desploma. Según la encuesta que realiza el Instituto de Crédito Oficial (ICO), el índice de confianza ha alcanzado el nivel más bajo desde que en 2004 comenzó a publicarse esta serie, pero, acertadamente, lo que más preocupa a los consumidores no es la economía doméstica, sino el desempleo, puesto que el paro es el resultado más negativo de todo proceso de crisis. Las cifras de desempleo registradas en el Inem durante el mes de julio demuestran que la percepción de los consumidores no es errónea. Si en julio de 2007, el número de desempleados aumentó en 4.469 personas, ahora ha sido de 36.492, con una grave incidencia en Andalucía. La cifra total de casi 2,5 millones de parados es la más alta desde 1998. La confianza manifestada por el consumidor -aunque en este caso cabría hablar de desconfianza- es una expresión subjetiva que posiblemente tenga su repercusión real en el conjunto de la economía. Tal como expresó el último Boletín Económico del Banco de España, el crecimiento en el último trimestre había rozado el encefalograma plano por dos motivos: el consumo de las familias y el desempleo, dos factores que se han agravado en el segundo trimestre del año 2008. Ante este panorama de desconfianza, hay que subrayar que la actuación del Gobierno no ha sido la apropiada. En primer lugar, negó la crisis y perdió el tiempo en un berenjenal semántico con tal de no pronunciar la palabra, y cuando ésta era manifiesta, su vicepresidente Pedro Solbes argumenta que el Gobierno ya no controla ni el tipo de cambio ni la política monetaria, que son instrumentos manejados desde el Banco Central Europeo (BCE). El Gobierno parece querer dar la sensación de que apenas puede actuar contra la crisis y lo confía todo a una bajada de los precios del petróleo y a una rebaja de tipos del BCE. En este contexto, el Consejo de Ministros previsto para el 14 de agosto, en plenas vacaciones, más bien se presenta como una herramienta de comunicación para subir los ánimos .