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Sine die

Ismael / Yebra

La pérdida de la memoria

POR mi profesión de médico veo con frecuencia casos que me impresionan y me hacen reflexionar. Días atrás, uno de ellos me apenó especialmente, por cuanto se trataba de una persona que aprecio desde hace muchos años. Mi amigo y paciente, afectado de alzhéimer, no me reconocía por más datos que le dábamos tanto yo como su mujer. "Perdóneme -me decía- pero no me acuerdo de usted". Mi incertidumbre fue en aumento cuando me dijo mirándome a los ojos: "Le doy las gracias porque mi mujer dice que usted pregunta mucho por mí y que me aprecia, pero lo siento, no me acuerdo de usted". Mi desazón fue a más por la forma tan aparentemente sensata de expresarse.

Si esto ocurre a nivel individual, es posible que algo así pueda sucederle a un grupo humano, a una colectividad que, al igual que mi amigo, haya perdido su memoria y no sea capaz de reconocer aquello que es su identidad. No me refiero al proceso de asimilación cultural que es enriquecedor, sino a lo que se llama aculturación.

Una sociedad que no sabe reconocerse a sí misma está muerta. Igualmente nefasto es el caso contrario en el que unos valores son considerados superiores a los ajenos por el simple hecho de ser los propios. Si aquellos olvidos del pasado rondan la necedad, estos excesos regionalistas rayan en la idiocia. Hay quien confunde los términos cultura y folclore con el costumbrismo zafio.

Cada vez más, nuestros hijos viven entre personajes de dibujos animados que les hacen crecer en un mundo que nada tiene que ver con la realidad. Celebran Halloween, esperan a Santa Claus y cantan el Happy birthday to you. En la adolescencia, barra libre, diversión y consumo desenfrenado. Parecen seguir un programa preestablecido, basado en que una colectividad sin memoria es más manejable y un individuo desubicado, mucho más sumiso y obediente.

No creo en las confabulaciones, pero a veces parece que haberlas haylas. La primera consigna sería anular la memoria. La segunda crear un engranaje en el que el individuo no sea persona, sino un número que consume y produce. Todo parecía ir bien, pero el personal anda nervioso porque hay signos de rebelión en la granja. Tal vez será lo que Graham Greene llamó el factor humano. La sociedad está integrada por individuos y si éstos pierden su condición humana, más vale que nos pongamos en manos de Edward O. Wilson, el gran estudioso de las hormigas.

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