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Juan Ruesga Navarro

Quien piensa en Andalucía... ¿piensa en cultura?

LA cultura es nuestro petróleo". Jack Lang. Ministro de Cultura del Gobierno de Francia. Esta afirmación es válida para cualquier lugar, pero es especialmente adecuada si pensamos en Andalucía y en nuestras ciudades, donde escasean las industrias, y dependemos en gran medida de sectores tradicionales como la agricultura y su transformación y exportación. Y sin embargo, tenemos en la creatividad de nuestras gentes una abundante materia prima de primera calidad. Y ahí aparece un objetivo: conseguir que todos los pasos para transformar nuestra creatividad en productos y servicios culturales, se puedan hacer y se hagan en Andalucía.

Lamentablemente no somos referencia de primera calidad cultural en España. La verdad, ¿en qué campo cultural lo somos? Si pensamos en el mejor Festival de Cine de España, ¿está en Andalucía? ¿Y la mejor programación de música sinfónica? ¿Y el mejor certamen de Jazz? ¿Y el mejor Festival de Teatro? Y así podemos seguir con los ejemplos que ustedes quieran. Y cuando encuentren algo en los que somos referencia nacional e internacional, si lo encuentran, piensen por qué.

Cualquiera que sea la forma que adopte la cultura, ésta constituye el mejor y el más eficaz de los vectores del desarrollo de un territorio o de una ciudad, ya que contribuye a valorar el potencial colectivo y favorece el crecimiento de la personalidad de los individuos. Por otra parte, en la actualidad no existe duda de la importancia de la cultura como motor de la economía, evidenciado por el desarrollo de las empresas culturales en todos los países. Y está claro que en Andalucía necesitamos motores de desarrollo.

Dos visiones opuestas sobre los productos culturales están implícitas en este debate. La primera visión considera los productos culturales como bienes que transmiten valores, ideas y conocimiento, es decir, como instrumentos de comunicación social que contribuyen a forjar la identidad cultural de una colectividad. La segunda visión considera los productos culturales como productos similares, desde un punto de vista comercial, a cualquier otro producto y, por tanto, totalmente subordinados a las reglas del comercio. La complejidad del problema consiste en que las dos opciones son verdaderas y no pueden entenderse por separado.

Esta elección de una "doble mirada", de tomar en cuenta al mismo tiempo las dimensiones culturales y económicas se impondrá cada día más como una necesidad. Porque la cultura es ante todo un bien de identidad en la mayoría de las sociedades, un punto de anclaje que une sus diferentes componentes y alimenta el sentimiento de pertenencia a una comunidad de valores, costumbres e ideas, pero hay que situar además la cultura como objetivo estratégico de desarrollo. Con medidas a medio y largo plazo. Reivindicar la complementariedad y articulación de las políticas culturales con otras políticas. Impulso de plataformas de encuentro y trabajo entre el sector público y el privado. Y visibilidad del sector cultural empresarial como un sector económico relevante. Y buscar nuestro lugar y conseguirlo.

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