la tribuna económica

Joaquín / Aurioles /

El prestamista chino

SI las cosas fueran normales, sería España la que, desde su estatus de economía avanzada, tendría que estar invirtiendo en China, que por su tamaño y dinamismo, además de por su condición de emergente, sería lo que más se parece al ideal de tierra de oportunidades del siglo XXI. En realidad es lo que ha sido durante la última década y todavía sigue siendo, a pesar de la dificultad para desenvolverse entre su complejo entramado institucional, pero entre China y España existe otra diferencia fundamental: a ellos les sobra el dinero, en el sentido de que ahorran una parte importante de su renta, mientras que España tuvo que pedir prestado cerca de 40.000 millones de euros durante 2010, el 3,9% del PIB, para atender sus necesidades de gasto y, sobre todo, sus compromisos de pago. Es nuestra "necesidad de financiación neta" que, según las perspectivas del gobierno, se reducirá hasta el 2,7% en 2012, lo que sigue siendo mucho, pero también bastante menos que en 2007, cuando nuestra dependencia del exterior llego al situarse en torno al 10% del PIB.

Llevamos muchos años pidiendo prestado y acumulando deudas, de manera que en estos momentos somos uno de los países más endeudados. A diciembre de 2010 debíamos 2,29 billones de euros, un 215% del PIB. También nos debían 1,36 billones, aunque esto no debería servir de consuelo dado que la diferencia, el endeudamiento exterior neto, sigue siendo muy elevada, 925.000.000 millones, y que tampoco tiene mucho sentido mezclar las cifras, dada la improbable coincidencia entre acreedores y deudores. Para algunos analistas se trata del problema más importante de la economía española, sobre todo porque su solución podría ser incluso más difícil que la del desempleo, dado el incesante goteo de las malas noticias y la desconfianza que esto provoca sobre los inversores.

No es esto, sin embargo, lo que se desprende del triunfalismo con que el gobierno ha presentado los compromisos de inversión en cajas y deuda pública por parte de fondos chinos o qataríes, ni del impulso a las cajas de ahorros para que dirijan sus iniciativas de captación de capital hacia fondos de inversión extranjeros, aunque sea a costa de hinchar todavía más nuestro ya voluminoso paquete de pasivos frente al exterior. Una mala noticia puede convertirse en buena si es la alternativa a otra peor, y es posible que el Gobierno considere mucho peor que el resto del mundo se niegue a prestarnos el dinero que un pequeño aumento en nuestro actual volumen de endeudamiento. Hay que admitir, en cualquier caso, que las cosas han mejorado en los últimos tiempos. Por un lado, porque en 2010 se consiguió una modesta, pero significativa por novedosa, reducción del 1,2% de la deuda. Por otro, porque España figura entre los países que más han mejorado la cotización de sus CDS (seguros de impago) en el informe del pasado marzo de la consultora CMA. Quizás lo prudente sería limitar la euforia a que la máquina del oxígeno continúe funcionando, aunque sin olvidar que seguimos estando vigilados, fundamentalmente como consecuencia de la peligrosa deriva del endeudamiento de las administraciones públicas desde finales de 2008.

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