Demasiado ha sido el tiempo transcurrido, una barbaridad de agua la que pasó bajo los puentes desde la última vez que el Betis, por siempre Real Betis Balompié, afrontó este tiempo con tranquilidad. No sólo con tranquilidad, sino también con la ilusión de volver a reverdecer tiempos pasados es lo que ahora afronta el irrepetible club de las trece barras con corona de aquí hasta que se corte la cinta de llegada de este curso liguero.

Conociendo como conozco a mis clásicos desde tiempo inmemorial puedo confesar y confieso que el Real Betis Balompié ha logrado al fin el asentamiento que le permita ir a conquistas que hasta ayer mismo eran impensables. Salvo la raya en el agua de aquella irrupción europea, incluida la victoria en la liga particularísima de la ciudad, desde que Serra colocó al equipo en Champions, sólo frustraciones y ascensos es lo que han jalonado la vida del club una eternidad.

Al fin, el Betis puede optar a cotas más altas y a proyectos gratificantes mientras que, paralelamente, anda ya maniobrando en la confección de una plantilla mejor. Ni se recuerda cuándo fue la última vez que pudo hacer contrataciones por la inquietud de no saber dónde estaría el curso siguiente. Situación lisonjera, por tanto, para contento de un beticismo que ya parece dispuesto a que se reme en la misma dirección por muchos peros interesados que quieran entorpecer.

Ante un calendario idóneo y desprovisto de misiones imposibles, sólo falta que el equipo siga funcionando como funcionaba antes del parón. ¿Inoportuno parón, pues? Mañana lo comprobraremos, que para eso es lunes, contendiendo con un rival plagado de cuñas de la misma madera. Dicen que no hay peor cuña que esa que sostiene al Getafe, pero la ilusión que viven hoy los béticos pasa por salir con bien de esa cita junto al centro geométrico de la Península Ibérica.