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La ciudad y los días

Carlos Colón

Para el primer día de larga oscuridad

SI existiera una Miss Havisham sevillana viviría, no lo duden, en la casa de la esquina de Santander y Temprado. Hace unos años habría vivido en la abandonada y ruinosa Casa de las Sirenas, que tuvo fama de estar habitada por el fantasma de un desdichado que estuvo recluido en ella, como un involuntario Havisham sevillano, para esconder unas tendencias entonces tenidas por vergonzosas e infames. También habría podido vivir encerrada en la melancolía de azulejos desprendidos, lavaderos invadidos por tristes higueras verde oscuro, noble escalera al borde del desplome y columnas de mármol que no bastaban para sostener tanto abandono, de la Casa de los Artistas. Pero hoy, sin duda, viviría en la casa que abre las cuencas vacías de sus ventanas a Santander y Temprado.

Aclaremos a quien no haya leído Grandes esperanzas de Dickens (¿qué espera para hacerlo?, hay edición de bolsillo y de lujo, falta una semana para los Difuntos y dos meses para la Navidad) quién es Miss Havisham: el alma triste de esta novela y uno de los más fascinantes caracteres creados por el genio de la novela victoriana. Desde que fue abandonada el día de su boda Miss Havisham vivió recluida en Satis House, dejando que se fueran ajando los encajes del traje de novia que jamás se quitó y que las arañas tejieran sus telas entre los candelabros de la mesa del convite nupcial sobre la que las viandas se han descompuesto, mientras la mansión se va arruinando por obra del tiempo como ella misma se va consumiendo por obra de la pena y el rencor.

¿Por qué la de Santander y Temprado sería casa sevillana de Miss Havisham? Tal vez porque, por estar tan cerca de las postrimerías que Mañara encargó a Valdés Leal, parece como si de vez en cuando la canina, cargada con su guadaña, su ataúd y su sudario, se pasara por ella para apagar una a una sus ventanas con la huesuda mano con la que apaga, en un abrir y cerrar de ojos, la llama de la vida. Tal vez por la melancolía de su arquitectura, que el descuido ha hecho sombría. Tal vez por el abandono y el olvido que nos acarician cuando pasamos junto a ella, haciéndonos sentir un repeluco parecido al que produce el frío aliento húmedo que sale por las bocas abiertas de los panteones subterráneos cuando tienen alzados sus cierres oxidados y muestran esas escaleras que, al perderse en la pegajosa oscuridad, siempre me han parecido la bajada a la ciudad de los muertos. Por todo ello no tengo duda: si existiera una Miss Havisham sevillana viviría en esta casa. Sea dicho en el primer día de luz corta y larga oscuridad, a una semana del día de los muertos.

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