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ES muy humano, y por lo tanto bastante propenso al error, juzgar algo por la primera impresión. Ocurre con la pilotitis, esa tendencia a ensalzar o masacrar series por su primer capítulo. No sólo le pasa a los espectadores y críticos, también a los ejecutivos de las cadenas, que en ocasiones deciden si se producirá o no una obra en función de la respuesta emocional a su primer episodio. Pero tampoco hay que denostar las primeras sensaciones. Si nos enamoramos de un flechazo, también podemos odiar a primera vista.

A veces también se puede distinguir si una fruta estará o no madura con un fugaz vistazo, o un vino al primer sorbo. Hay series que desde su primer capítulo no engañan: serán un fiasco o una maravilla. Los pilotos de Damages, Breaking Bad, Perdidos y su avión estrellado, The Good Wife o aquel antológico de The Shield, dejaban conmocionado al televidente, con necesidad de más. Otras, como Falling Skies o Terra Nova, por citar dos de los desastres de esta temporada, ya hacían presagiar que no había ahí demasiado que rascar. Pero nadie puede fiarse. Hay series de maduración lenta, que tardan. A Mad Men hay que darle varias oportunidades para apreciarla en todo su esplendor, y hay muchas joyas con primeros episodios no del todo redondos pero que sería pecado perderse, como Los Soprano. Sin embargo, el principal enemigo de todo seriéfago son las expectativas previas. Uno no le exige lo mismo a una producción de la HBO o la AMC que a Showtime o a las cadenas generalistas, por ejemplo. Y si desde hace casi un año te vienen diciendo que la primera cadena, aristocracia del cable, ha juntado a David Milch (Deadwood), Michael Mann, Dustin Hoffman y Nick Nolte para una serie, cualquier cosa que no sea apabullante, que no te noquee en el sillón, dejará mal sabor de boca.

El domingo, en una estrategia nueva de promoción, la HBO preestrenó Luck, aunque no se emitirá más hasta finales de enero. Seguro que a medida que avancen los capítulos presenciaremos la maravilla prometida. De momento, y aun a riesgo de caer en la injusticia del juicio apresurado y a bote pronto, parece una obra demasiado dirigida a los amantes del juego y las carreras de caballos, con muchos tecnicismos y slang, y con un piloto en el que Michael Mann, posiblemente uno los directores más exigentes pero también más sobrevalorados, ha vuelto a abusar de su tendencia al 'videoclipismo'. Sí, claro, la fotografía es impresionante y también las imágenes de las carreras, hay que joderse. Pero no se puede tener a Hoffman y Nolte y despreciar su talento rindiéndolo todo a la música. En una televisión generalista, Luck no habría pasado el primer corte. Por suerte hablamos de otra cosa.

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