Por si acaso

pablo / gutiérrez-alviz

Sí, quiero

CUANDO se tienen bien pasados los cincuenta, uno acumula bodas de todo tipo, ya sean propias, de familiares y de amigos o conocidos. La experiencia no se ciñe a las tradicionales por el rito católico, sino que se extiende a otras religiones y a las civiles celebradas en distintas sedes (juzgados y ayuntamientos) y hasta en exóticos lugares (cortijos, barcos, playas…). Y también a las nupcias entre personas del mismo sexo.

Como desde hace unos meses los notarios podemos casar (siempre por lo civil, claro), observo las bodas con una nueva perspectiva, la de oficiante. Después de haber celebrado unas cuantas el balance es completamente positivo con algunas curiosidades.

La boda notarial puede resultar fría porque la lectura de varios artículos del Código Civil no da mucho juego, pero el ambiente amoroso y festivo hace que la ceremonia se desarrolle con fluidez y alegría. Se suele utilizar la sala de juntas más grande y siempre se llena. Habría que establecer horarios especiales para las bodas y darles especial relevancia: la euforia y el jolgorio normales del momento no deben verse empañadas por la tensión o angustia propias de otros firmantes que aguardan en estancias contiguas preparados para otorgar una partición de herencia o una hipoteca.

Cabe que la edad de los contrayentes altere el desarrollo corriente del protocolo de las nupcias. Por ahora solo he casado jóvenes heterosexuales que aportan hijos menores de otros enlaces o relaciones anteriores; en ocasiones no vendría mal que agarraran a los puñeteros niños porque no paran de dar vueltas a la mesa mareando a todo el personal. En el futuro se dará el caso del novio octogenario, con hijos cincuentones, que podrán ser del mismo curso de la novia y me temo que entonces el clima de la notaría estará muy enrarecido. La nueva legítima entraría en liza para la futura herencia del senil novio y los vástagos del padre comparecerán en la boda con caras de circunstancia, cuando no de hostilidad contenida.

En definitiva, esto de ser oficiante de bodas resulta muy satisfactorio. Los notarios, que solemos leer escrituras con variadas amenazas fiscales y notificar actas con malas noticias, cambiamos de registro en las bodas y esta firma, por contra, termina con un cariñoso: "pueden besarse".

Y para regocijo de (casi) todos los asistentes, algunos novios se lo toman al pie de la letra y con mucho empeño.

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