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LO singular de la última redada contra la corrupción en Cataluña es su carácter transversal: los implicados no pertenecen a la red clientelar de un solo partido, sino que forman parte de la élite dirigente de los dos grandes partidos catalanes, los que se han sucedido al frente de la Generalitat y los grandes ayuntamientos.

La operación Pretoria se dirige, en efecto, a la persecución de una rapiña perpetrada en alegre coyunda entre teóricos adversarios políticos de alto nivel (un alcalde y miembro del comité federal del PSOE y dos personajes del círculo más íntimo de Jordi Pujol, más un ex diputado socialista en papeles de conseguidor y la habitual contraparte de los empresarios beneficiarios de los chanchullos urbanísticos de la trama), pero prácticos compinches en la innoble tarea de enriquecerse a costa del común.

Lo que podríamos llamar caracteriología sociológica de los detenidos da también para una meditación -¡ese alcalde que vive en una zona elitista de Barcelona y deja su coche de lujo en las afueras de Santa Coloma para llegar al Ayuntamiento en el vehículo oficial, más modesto!-, pero quedémonos ahora con la idea de que el descubrimiento de esta red viene a fundamentar la antigua sospecha de que en Cataluña ha funcionado la llamada sociovergencia: el reparto del botín que el poder comporta entre socialistas del PSC y nacionalistas de Convergencia Democrática, por separado o juntos. Por decirlo de otra manera, el lado oscuro de la reivindicada construcción nacional de un país que se nos ha estado vendiendo como el más desarrollado, moderno, culto y europeo de España.

Este sustrato compartido de la política como negocio puede explicar probablemente que cuando, hace cuatro años, Pasqual Maragall, un verso suelto, dijo que el problema de Convergencia se llamaba "tres por ciento" (el porcentaje que cada adjudicatario debía abonar sobre el importe de la obra adjudicada al partido durante el gobierno de Pujol, presuntamente) fue llamado al orden hasta disculparse por la acusación, que constituía una vulneración peligrosa de la omertá que convergentes y socialistas, y no sé si otros, han instaurado en la Cataluña autonómica. Esta misma semana Pujol alertaba en público de lo peligroso que sería para todos "tirar de la manta". Menos mal que Garzón ha tirado...

Si al oasis-charca catalán se le suman El Ejido, Palma, Correa y tantos otros se comprende que la desafección de los ciudadanos con respecto a la política esté llevando a ésta a un desprestigio que amenaza con ser irreversible. Sigo pensando que la gran mayoría de los políticos son honrados. Si no se reacciona pronto y con contundencia, me temo que voy a quedarme solo.

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