El rayo que no cesa

No parece haber sector ni espacio geográfico que quede libre de la plaga de la corrupción

Cuando uno lee los periódicos o sigue los informativos de radio y televisión tiene la sensación de vivir en un mundo caótico. Entre las catástrofes naturales, las amenazas nucleares y los actos de violencia de todo tipo, el panorama es desolador. Por si fuera poco, la información suele darse de forma sensacionalista para aumentar la audiencia, haciendo hincapié en los aspectos más groseros y primarios de la noticia.

Desde hace unos años los titulares informativos tienen un tema constante: la corrupción. Como el rayo que no cesa, título que escogió Miguel Hernández para un libro de poemas publicado en 1936, los casos de corrupción política y empresarial han saltado a la luz pública de manera ininterrumpida. No parece haber sector ni espacio geográfico que quede libre de semejante plaga. Y no me refiero sólo a nuestro país, sino al resto del planeta. En unos lugares más y en otros menos, parece que el hecho de meter la mano donde no se debe es inherente a la especie humana, al menos a una parte de ella. Y esto habrá ocurrido, no me cabe duda, a lo largo de la historia, pero ahora salen a la luz y nos enteramos.

En España tenemos una gran variedad de semejante avifauna. Hay pájaros y pajarracos de estos que han desempeñado sus labores delictivas en todas las esferas y escenarios. Ministros, alcaldes, presidentes autonómicos, consejeros, directores generales, banqueros, empresarios, presidentes de federaciones deportivas y clubes de fútbol, incluso miembros de la familia real. Nadie parece resistir la tentación de aprovechar el momento porque el día de mañana, ya se sabe, lo mismo ya no es posible y puede ser que le repitan a uno, una y otra vez, aquello de tonto, más que tonto.

Somos un país que ha aportado mucho a la cultura humana, desde grandes inventos como el submarino o el descubrimiento de la neurona, hasta la novela picaresca y héroes literarios como Alonso Quijano o don Juan. Lo nuestro es el golpe, la imaginación, la chispa. No nos interesa el trabajo continuado, las vistas a largo plazo, el trabajo en equipo. Ningún país ha hecho tanto por dignificar el trabajo como el nuestro al inventar la fregona. Una cosa simple, sí, pero no se le había ocurrido a nadie. Para ello no hacen falta tantas universidades. Gracias a la fregona no vemos a nadie tirado por los suelos, aljofifando de rodillas. Eso sí que es un invento y lo demás son tonterías.

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