Antonio / Manfredi / Periodista

Una reivindicación absolutamente digital

LOS 14 blogueros y expertos internautas que se reunieron en Madrid con la ministra de Cultura son la punta del iceberg de una corriente cultural y de consumo que se ha impuesto ya en países más avanzados tecnológica y económicamente, como Estados Unidos y que se extiende por todo el mundo. Ellos y muchos otros hemos estado discutiendo on line (para eso están las redes sociales) sobre el contenido del Manifiesto que finalmente todos acordamos y publicamos en masa en nuestros blogs y llevó a la convocatoria de esa reunión con Ángeles González-Sinde.

Fue una mañana larga en la que Twitter nos permitió seguir en directo el desarrollo del encuentro. Veíamos fotos en tiempo real, incluido el momento en que la señora ministra se ausentó, hasta que, al final, el desacuerdo educado y el "tenemos que vernos otra vez" fue lo único que se consiguió; además de un anuncio sorpresivo: la decisión del Gobierno de crear un "superportal" de contenidos legales, como si eso, por sí solo, fuera a solucionar el problema de este encuentro de dos culturas.

Porque de eso se trata, de la colisión de dos maneras de entender cómo la producción artística debe llegar al usuario final remunerando justamente al autor.

La primera, tradicional, conservadora y economícista, confunde el producto cultural con su soporte, como es el CD, y son los productores musicales aferrados a este soporte los que denuncian el pirateo. La segunda, plenamente desarrollada ya en muchos países del mundo, es la que entiende que el valor está en la creación y no en dónde se contiene, de modo que se arbitran sistemas económicos que permiten, como en Estados Unidos (Itunes) comprar una canción a 1 dólar, con un sistema DRM que impide su copia. Esa canción queda propiedad del usuario de por vida y el artista, principalmente el artista, es el que se beneficia de esta transacción.

Se impone, por tanto, un cambio tecnológico que genere sistemas de venta on line de la música a un precio razonable y disponible en los soportes del siglo XXI, como son los famosos reproductores MP3. ¿De verdad siguen pensando ustedes que la música hay que comprarla en un CD? ¿Creen de verdad que los jóvenes de hoy están pensando en comprar CD?

Salvando las distancias, es como si Renfe exigiera que los usuarios que viajan de Sevilla a Madrid usaran mayoritariamente la lenta vía de Despeñaperros y sólo unos pocos disfrutaran del AVE, con la justificación de que había que mantener la alternativa de toda la vida. No se sostiene, como tampoco que los productores musicales confundan soporte con creación, sobre todo porque un artista es más conocido cuanto más se le oye y podrá organizar conciertos a los que irá mucha gente, que son los que realmente les resultan rentables. (Un artista no cobra más del 8% del valor de un CD en el mercado).

Dicho esto, la pregunta sigue en el aire, ¿cómo evitamos el pirateo de contenidos? ¿cómo garantizamos que la Ley de Propiedad Intelectual se cumpla? Seguramente, la respuesta no se queda en ese "superportal" de contenidos legales que se ha anunciado o en la existencia de una comisión gubernamental que podrá decidir el cierre de una web sin permiso judicial, o en la amenaza velada de sanciones a los proveedores de internet.

La solución debe apuntar, como en casi todo, a la conjunción de una serie de factores, principalmente la creación de grandes plataformas de venta de contenidos a precios razonables (60 céntimos por canción, por ejemplo), como ya lo es Spotify, que está triunfando en miles de hogares españoles, poniendo gratis música y publicidad o sólo música a quien pague 9 euros al mes. En segundo lugar, dotando al sistema judicial de agilidad y eficacia en el cumplimiento de la ley, pues resulta muy sorprendente la escasa cultura digital de jueces y fiscales, lo que choca frontalmente con el trabajo de las distintas unidades de Policía y Guardia Civil que luchan contra la criminalidad en la Red. En tercer lugar, medidas oficiales de ayuda a la creación artística y a su disfrute directo por parte de los ciudadanos, llenando nuestras ciudades y pueblos de conciertos con entradas a bajo precio. Finalmente, una política cultural que anime a los ciudadanos al consumo de cultura, censurando la piratería y apoyando la constante transmisión de contenidos, aprovechando que cada día tenemos mayor ancho de banda. Obviamente, seguirá habiendo piratería, como ocurre también en EEUU, pero se evitará que la propia industria deje de obtener los beneficios mínimos de subsistencia, como empieza a ocurrir en España.

Piénsese que no hemos hecho más que empezar, porque ya están llamando a la puerta los Ebooks o dispositivos que vienen a sustituir al papel y que nos permiten cargar con cientos de libros cómodamente en un dispositivo electrónico que no va a costar más de 250 euros. Tendremos entonces un mercado en el que subsistirán creaciones en papel con digitales y será obligatorio que el coste de unas y otras se acerque, aunque, obviamente, habrá sectores muy perjudicados, a los que será necesario ayudar para su reconversión. Es innegable que esto ocurrirá y es importante que, cuanto antes, se pongan las bases para el cambio.

¿Y el cine? La mayor parte de los contenidos piratas que se consumen en España proceden directamente de las grandes productoras, que ponen en redes ilegales una copia de sus películas. De hecho, hay muy poco pirateo de producciones españolas y cada vez más se tiende a ver películas en portales online que, a bajo precio, nos permiten disfrutar de películas de estreno. Por eso, estamos ante una reivindicación absolutamente digital.

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