José Ignacio Rufino

De repente, una deuda

ES más bonito ser arquitecto, medio volante del Barça o gestor cultural independiente que sólo trabaja para la Junta, pero puede ser igualmente digno dedicarse a cobrar deudas que otros no pueden o no quieren cobrar por sí mismos. Es posible, así, que haya recibido recientemente una reclamación de una supuesta deuda que usted mantiene, pongamos, con una operadora de telefonía móvil. Con una carta finamente amenazante, se la reclama un comprador de deudas que en su razón social contiene expresiones como "cartera" o "corporación legal". Casi tan molesto como encontrar en el buzón una notificación de carta certificada con Agencia Tributaria en el remitente es encontrar una carta en donde le comunican que usted debe una cantidad que no tenía ni idea que debía. Además, se suelen dar otras tres circunstancias en estas repentinas deudas. Primero, que quedan muy lejanas en el tiempo, con lo que a saber dónde diablos está aquel fax que tuvo que poner para poder migrar de una compañía a otra. Segundo, que, si no paga sobre la marcha, lo van a poner a usted en la lista negra de las criaturitas morosas, llamada Asnef, de forma que, cuando esté a punto de firmar el pago en 72 cómodos plazos por la tele de plasma de 32 pulgadas, el dependiente de Carrefour le va a decir que nones. A ver quién se lo explica a los niños. El Asnef -de dudosa legalidad para algunos- es muy buena persona con estos cobradores, y no tiene reparo en estigmatizar la condición de consumidor de la gente sin contrastar la información que aporta el pretendido acreedor. Tercero, es muy posible que la deuda sea pequeña (24,37 euros, nada de números redondos), tanto como para acceder a pagar sobre la marcha y quitarse la incomodidad de enmedio.

Dos comunidades son campeonas en deudas de este tipo: Baleares y Andalucía. Además, el negocio está en auge: del año pasado a éste, los impagos y la morosidad de las familias y empresas se han incrementado nada menos que en un 86 por ciento. Diríase que, aparte la realidad de la estrechez creciente, existe una mayor permisividad en dejar numeritos pendientes, así como en presentar eres o situaciones concursales. El efecto imitación, versión roncha, funciona. En cualquier caso, si bien está muy mal no pagar y está muy bien querer cobrar lo que es de uno, hay indicios de que algunas de estas reclamaciones son sospechosas. Por no decir que tienen toda la pinta de ser estafas de baja intensidad.

Por ejemplo, una señora de Málaga denunciaba hace unos días en la radio que le reclamaban una de estas obligaciones por facturas de una operadora... ¡con la que nunca había contratado!, dado que la pobre morosa por decreto nunca había tenido un teléfono móvil. En el mismo programa, otra persona declaró que le habían reclamado -con idéntica referencia- dos cantidades distintas, ambas por debajo de cien euros: "Paga, Paco, no te metas en líos". Estas entidades, siendo a veces tan erráticas, parecen tener patente de corso para enmarronar a un ciudadano sin mediar más que una reclamación que dicen acreditar.

Conocerán a algún pájaro que va dejando todos los muñecos que puede, y es cierto que por estos desahogados pagan el pato algunos que no tiene culpa. Quizá también usted conozca a alguien que trabaja dando servicio de cobro a las empresas, sin necesidad de romper piernas, ni de disparar desde el estribo de un coche, e incluso sin que un gigantón vestido de gala asalte a un padre de familia en la puerta del colegio de sus hijos y lo ponga poco menos que de ladrón delante de todos. Pero puede que más temprano que tarde una deuda nacida por generación espontánea llame a su puerta.

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