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Opinión

Daniel / Molleja

El rescate de la ética en la economía

SI 2008 ha sido para muchos un annus horribilis, todo parece indicar que 2009 puede hacer bueno a su antecesor. La dosis de realismo crudo descargada sobre los hombros de la ciudadanía por parte del ministro de Economía, Pedro Solbes, no parece dejar margen a sorpresas agradables, sobre todo cuando literalmente afirma que "vivimos una situación insólita, vamos hacia algo muy excepcional". Los antecedentes deben situarse en el colapso del modelo Reagan-Thatcher, donde se denostó la economía productiva y por el contrario se predicó un culto a la vertiente financiera, hasta alcanzar un estadio en el que parecía que sólo el mercado y el capital podían gestionar con eficiencia los recursos.

El problema de la eficiencia debe desligarse del concepto de la titularidad de los recursos, ya que esta crisis evidencia que el sector privado ha incurrido en ineficiencias atroces que se manifiestan en pérdidas de miles de millones de euros, y en equipos directivos que, tras llevar esos barcos a pique, solicitan sus indemnizaciones. Por no hablar de las consecuencias de estas prácticas sobre los ciudadanos de a pie, ya que las pérdidas multimillonarias se han socializado con intervenciones públicas que han tenido una considerable repercusión sobre la deuda pública y sobre la presión fiscal que deben soportar los contribuyentes.

Si hablamos del sector público, que en regiones como Andalucía representa un porcentaje considerable del PIB, hay que destacar que maneja tasas de eficiencia muy bajas, con una productividad desligada de forma efectiva de la retribución, con falta de estímulo al crecimiento profesional y ámbitos de gestión especialmente críticos, como el de la sanidad.

La realidad, pues, nos conduce a una situación que exige reestablecer valores éticos en la economía, recuperando la proporcionalidad entre coste y valor y persiguiendo una eficiencia en los procesos que redunde en un menor consumo de recursos y una mayor productividad, ya que la escasez del crédito va a exigir un cambio en muchos de los patrones. Una escasez de la liquidez que conjuga la desconfianza de la banca con el consumo de recursos económicos de imposible devolución a corto plazo y la ausencia de países con soberanía suficiente para aplicar políticas monetarias y cambiarias ajustadas a sus necesidades. Un sector, el bancario, cuyo apoyo no ha estado condicionado a la capilaridad del crédito y su repercusión positiva sobre la sociedad, ya que al final serán los propios entes públicos quienes, en su dinámica de endeudamiento progresivo, precisarán de la ayuda de los bancos. Todos estamos aprendiendo esta lección. Esperemos que la huella en la memoria no se desvanezca fácilmente. Hay que convencerse de que el futuro debe ser diferente. ¿Cómo? Según nuestro ministro, "excepcional", para bien o para mal.

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