SIETE alabarderos harán guardia al pie de la Giganta y seis clarineros anunciarán a los cuatro vientos las Lágrimas de San Pedro. Un año más, cuando den las doce, cero horas del día de San Pedro, los aires de Sevilla serán surcados por los flechazos sonoros de esos clarines. Será desde el campanario y a los cuatro puntos cardinales según discurren las agujas del reloj; es ésta una de esas ceremonias recoletas que tanto aportan a la singularidad. La singularidad de Sevilla suele deberse a la iniciativa de sevillanos que pretenden que esa cualidad de la excelencia, de lo singular, no tenga fecha de caducidad. Esto de las Lágrimas que tanta sevillanía encierra es obra de uno de esos sevillanos que quieren para su Sevilla una singularidad perenne, inmarcesible, eterna a ser posible. Es cosa de Rogelio Trifón, ese emérito tabernero mayor de la Plaza Nueva y de toda su zona de influencia. O sea, la Sevilla eterna.
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