Gusta ir comprobando cómo la mano de un director se nota en la obra de turno. Congratula verlo y es agradable la sensación que da el trabajo de Vincenzo Montella en la corrección de una andadura como la del Sevilla. Todo lo que ha hecho el equipo blanco desde el gran sofocón con el eterno y la espantá de Mendizorroza es muy a tener en cuenta, ya que ha podido verificarse una curva en su rendimiento digna de encomio.

Tras aquel trío de quites con los que se hizo perdonar sus anteriores devaneos y que hasta impidieron que proliferasen molestas e intempestivas visitas al lugar de trabajo, el Sevilla dio una muy buena imagen antier noche. El rival, un recién ascendido, es como una china en cualquier zapato de LaLiga. Se trata de un Getafe que se apretuja en defensa para que su portero apenas trabaje. Eso tiene mucho mérito en general, pero muy en particular ante un Sevilla en vena.

Tiene un mérito extraordinario que en el temible para todo visitante estadio nervionense, el dueño del rodeo apenas te tire a gol. ¿Alguien recuerda una sola parada de Guaita? Es muy a tener en cuenta que tu portero descanse cuando delante tiene un rival con mucho juego y aún más empuje. Con Banega como concertino indiscutible, el Sevilla fue al asedio del Getafe de campana a campana, pero ese acoso indesmayable no acabó en derribo y ahí tuvo mucho que decir el rival.

Un recién ascendido que sabe a qué juega y que sólo dobló la rodilla una vez y porque Muriel sacó a relucir esa calidad que empezaba a ponerse en duda. Debió ser suficiente para haber cantado bingo, pero todo quedó en línea por un error de Sergio Rico al no salir con la autoridad necesaria a un balón que era suyo. Un empate doloroso, pero que tiene de positivo la enseñanza que habrá dejado de cara a enfrentarse a un Leganés que se parece al Getafe como una gota de agua a otra.