las dos orillas

José Joaquín León

La saeta de Peregil

HAY una Semana Santa que se nos pierde con la muerte de Pepe Peregil. Era algo más que un saetero. Este tabernero de profesión, que ejercía en Quitapesares, se hizo personaje irrepetible a sí mismo, hasta formar parte de la Sevilla más popular y ser memoria viva de la Semana Santa. Porque en la Semana Santa hay una memoria que se convierte en vivencia repetida, que se renueva cada año, a veces incluso sin querer. Pepe Peregil le cantaba a casi todos los pasos, era un saetero a destajo. Y su voz, que nunca faltaba, era uno de esos sonidos necesarios que buscábamos en esta esquina, en esa plaza, en aquella rampa.

Pepe Peregil tenía una personalidad muy suya. Su perejil era con g, como la gracia que tenía, para ser peregil de Pérez, que era su apellido. Los puristas del flamenco nunca lo incluirán entre los grandes saeteros de la historia. Y sin embargo es uno de ellos. Se ha recordado muchas veces la anécdota de José de la Tomasa, que se le quedó como un sambenito de la Calzada: "Peregil no le canta a los Cristos, sino que les riñe". Su voz potente, ronca y peculiar era inconfundible, e imponente, porque siempre se imponía, incluso en las condiciones más adversas. Era capaz de cantar en un balcón y en la bulla, siguiendo un paso o esperándolo en una esquina, con calor y con frío. Era capaz de cantar allí donde las figuras no se atrevían. Lidiaba los miuras de la saeta. Y ese valor absoluto lo hacía grande. Pero había mucho más, porque su cante salía de dentro, sonaba a verdad, a voz del pueblo, nunca a teatro. El gran poder saetero de Peregil era que podía con todo.

Hubo años en que cantar saetas pasó de moda. Años en los que las grandes figuras del flamenco la rehuían. Años en los que pocas voces se oían. Todas eran inconfundibles, porque se podían contar con los dedos de una mano. Y ahí el dedo gordo era el de Peregil. En las bullas es donde se nota lo popular de la Semana Santa. Ahí es donde suena una marcha y no la conoce ni Dios, o suena otra y dice la muchacha a su novio: "Ésa es Amargura", o "ésa es Campanilleros". Ahí, en la bulla, es donde todo el mundo sabía que ese que cantaba con el corazón en la garganta era Peregil.

En la entrega del premio Manuel Clavero al cardenal Amigo Vallejo, nos comentó José Joaquín Gallardo, decano del Colegio de Abogados, que a Pepe Peregil le quedaban pocas horas. Sus restos ya están en la capilla del Museo, junto a una Virgen a la que le cantaba todos los años. Cada cual guarda sus momentos. Yo siempre lo recordaré cada vez que vea al Cristo del Amor de vuelta, subiendo la rampa. Aquella plaza del Salvador, tan a oscuras. Y la voz de Peregil que se clavaba en el silencio de la noche, clamando por ese Cristo muerto por Amor, con el mismo amor que se nos ha ido él.

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