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la ciudad y los días

Carlos Colón

En el sagrario de su túnica

COMO el grandioso Templo de Salomón -oro, plata, bronce, cedros del Líbano- guardaba en el Santo de los Santos el Arca de la Alianza; y en ésta, custodiadas por dos querubines de oro, se reservaban las tres cosas más santas de Israel, infinitamente más pobres que el Templo y el Arca que las guardaba -un resto de alimento, una vara de madera y unas tablas de piedra-, pero también infinitamente más preciosas que el lujo que las rodeaba porque a través su pobreza se había manifestado la misericordia (el maná), el poder (la vara florecida Aarón) y la voluntad (las tablas de la Ley) de Dios.

Como la riqueza repujada del oro y la plata de los sagrarios, cuyas puertas sólo manos consagradas pueden abrir, resguarda la pobreza del pan ácimo de la Última Cena convertido en lo más santo y sagrado, el mismo cuerpo de Cristo. Así la túnica persa que desde hoy viste el Señor es el Templo que Juan Manuel bordó sobre deslumbrante tisú de oro, la lujosa Arca adornada con lacerías neomudéjares y el rico sagrario que encierra la pobreza de un cuerpo de dolor en el que se manifiesta la misericordia, el poder y la voluntad de Dios.

Alimento de las almas, vara de cedro florecida por la inspiración de Dios y el genio de Juan de Mesa, palabra primera y última de Dios encarnada, el Señor del Gran Poder no necesita la túnica morada que tanto conmueve a sus devotos para ser más humano: su mansa y tierna mirada, su fuerte espalda vencida, su poderosa zancada exhausta y su carne mordida de espinas le bastan. Él es su propio morado penitencial. Nunca el Señor es más el varón de dolores que todo lo sabe de la aflicción que cuando el lujo mesiánico de la túnica bordada guarda como el Arca de la Alianza o como un sagrario su pobre cuerpo de dolor.

Es lo justo que vista en Cuaresma su túnica morada, como si su cuerpo fuera un altar velado. Abruma aún más cuando la viste en su besamanos, resaltando de forma tan conmovedora sobre ella sus fuertes manos de carpintero. Camina sobre la multitud con paso más humano desde que su Hermandad lo entregó a la ciudad vestido de morado. Pero no la necesita para ser más próximo y más humano: le basta la carne esculpida que Juan de Mesa le dio.

Ya está el Gran Poder aguardando su quinario en el Arca y en el sagrario de su túnica persa. Temible y tierno, humilde y poderoso, inalcanzable y próximo, justiciero y compasivo, víctima y juez. Dios y Mesías de Israel encarnado que ama con tanta ternura y juzga con tan extrema dureza como el propio Jesús lo hizo. Porque este Señor, como está escrito, es tardo para la ira y grande en misericordia, pero jamás toma por inocente al culpable.

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