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La tribuna

Fernando Faces García

La salida

Ante la complejidad de esta crisis y sus múltiples caras (crisis financiera, inmobiliaria, energética y alimentaria) nadie se atreve a ponerle fecha a su final y sólo se puede afirmar que la recuperación será lenta. En cuanto a su proceso, sí podemos aventurar que primero tendrá que resolverse la crisis financiera, lo cual implica que previamente debe de conocerse con objetividad y transparencia su impacto tanto en los balances como en los resultados de la banca. A partir de ese momento retornará la confianza, se restablecerá el funcionamiento de los mercados de renta fija privada y se resolverán los problemas de liquidez.

En el pasado mes de marzo entidades financieras españolas lograron colocar en los mercados financieros emisiones por un valor superior a 17.000 millones de euros, eso sí, pagando un alto diferencial sobre el precio de la deuda pública, lo cual es un buen síntoma de que la confianza se empieza a recuperar.

Recuperada la confianza entre los bancos, y por lo tanto su liquidez, la siguiente etapa es la de la normalización de la oferta crediticia por parte de los bancos, que continúa deteriorándose día tras día, según la última encuesta publicada por el Banco de España en el mes de mayo.

En estas circunstancias las que más están sufriendo los rigores de la banca son las pequeñas y medianas empresas, no tanto por su estructura financiera, que está menos apalancada que la de las grandes empresas, sino más bien por su menor poder de negociación ante la banca.

La normalización crediticia tardará más tiempo en llegar, en parte porque la desaceleración de la economía real incrementará la percepción de riesgo por parte de las entidades financieras y también porque lo peor está por llegar en cuanto a morosidad, tanto de las empresas como de las familias. Estadísticamente se conoce que hay un retraso de aproximadamente año y medio a dos años, entre el tiempo máximo de inversión crediticia y el de morosidad, lo cual nos lleva hasta finales de 2009 como mínimo.

No obstante, factores como la caída de la tasa de crecimiento de los balances y de los resultados crearán una fuerte presión sobre las instituciones financieras que las impulsará a la búsqueda de una demanda crediticia solvente. El crédito indiscriminado habrá finalizado y el retorno de la liquidez unido a la presión de los resultados provocará una fuerte competencia por captar a los clientes más solventes, que podrán ver sus condiciones financieras actuales mejoradas. Esta actitud selectiva de la banca podría comenzar tímidamente en el último trimestre de 2008 e ir expandiéndose durante 2009 y 2010.

En todo caso, la normalización de la oferta crediticia es probable que no llegue hasta bien entrado 2010, ya que, tras la experiencia de los excesos bancarios del ciclo pasado, el rigor y el análisis de los clientes y de las operaciones financieras se incrementará notablemente, con más razón si tenemos en cuenta la implantación en la banca de Basilea II. También podemos afirmar que en los próximos años es difícil que podamos asistir a un crecimiento del crédito como el que hemos disfrutado en la última década. El dinero barato, fácil y abundante se habrá acabado, por lo menos hasta que en la memoria de los bancos se haya borrado la mala y costosa experiencia de una época en la que el dinero no sólo fue abundante, sino que no tuvo precio.

Recuperada la confianza bancaria, restablecida la liquidez y progresivamente recuperada la normalización de la oferta crediticia, todavía es preciso que la economía real realice los ajustes necesarios y recupere sus constantes y equilibrios.

Los hogares, reduciendo su endeudamiento, para lo cual deberán restaurar su deteriorada tasa de ahorro, desprendiéndose, al mismo tiempo, de algunos de los activos que adquirieron en la expansión y que no son necesarios. El sector inmobiliario, ajustando la oferta a la demanda, "soterrada" hoy por el miedo y la desconfianza y que deberá emerger y absorber el stock de casi un millón de viviendas sin vender.

Las empresas, reestructurándose, buscando nuevas alternativas y mercados, aligerando su carga de estructura, reduciendo costes no generadores de ingresos, practicando una agresiva e innovadora política comercial de nuevos productos, canales y mercados, redimensionándose e implantando una estructura financiera más estable, autosuficiente y menos apalancada.

Pero también es necesario que el Gobierno actúe con valentía y decisión acometiendo las reformas estructurales pendientes, que son las que nos pueden llevar a una mejora en la productividad y en la competitividad del país, única plataforma y garantía de creación de empleo y bienestar.

Las reformas deberían acometerse ya, al principio de la legislatura. Habrá distintos grupos de intereses que opondrán resistencia, y serán medidas que impliquen sacrificios y costes sociales, y sus efectos beneficiosos tardarán un tiempo en manifestarse.

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