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Opinión

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Contra el secuestro

ES probable que el votante español, espiritualmente desencantado con el país y maltrecho en expectativas laborales y económicas, considere la opción de la abstención en las europeas del domingo como la mejor senda posible por la carga de castigo (simbólico) que apareja. Se equivoca: un voto siempre vale más que el silencio. Además, los partidos convencionales (PP, PSOE, UPyD y en menor medida IU) jamás se han dado por aludidos cuando el latigazo adopta esa forma ausente.

Opciones nuevas hay básicamente tres. Una a la derecha de la derecha (Vox) y dos más al socaire del 15M (Podemos y Partido X). También está Ciudadanos, alternativa curtida en Cataluña cuyo discurso reformista global se queda en mi opinión corto. Quizás Vox sea la punta de un iceberg que Aznar mantuvo sumergido: la atomización de la derecha. Es lo que le ocurre precisamente a la nueva izquierda: Podemos, el Partido X e incluso Equo podrían haber sumado fuerzas, alargando así las expectativas proyectadas por el CIS en su último sondeo.

Se advierte en cualquier caso una interesante división discursiva. PP y PSOE evidencian desde hace años parálisis cerebral. Sus cúpulas han mamado el veneno de la partitocracia y no aceptan la demolición del sistema ni el reto de crear en España una verdadera democracia. Ni sus líderes ni sus emergentes representan la posibilidad del cambio. Al otro extremo se sitúan los ya citados átomos neoizquierdistas, mucho más explícitos y audaces: revisión de la deuda financiera, políticas medioambientales ambiciosas, democracia directa o participativa, fin del austericidio, personas antes que cifras y economía real por delante de economía especulativa. Entre medias, el quiero y no puedo de UPyD, formación fundada por una ex integrante del viejo engranaje y tal vez por ello con un claro sesgo personalista; y el viaje al generalismo de C's tras romper el huevo original de la cuestión catalana.

Han pasado seis años desde que el falso bienestar hispano se hiciera trizas. Seis años de sinsabores, sacrificios y borrones densos de corrupción. En apariencia, todo sigue como estaba: ninguna de las reformas salvadoras ha desplegado las dosis de intrepidez que la situación exigía. Las dinámicas políticas no sólo se mantienen, se refuerzan: culpar por defecto al contrario; tolerar los latrocinios propios; preservar la Constitución a toda costa porque ahí reside la base del poder de los partidos; administrar la estadística a favor o en contra según se gobierne o se ejerza la oposición; coronar a mediocres en puestos esenciales; prohibir las disensiones internas. Al paquete anterior hay que añadir el divorcio tangible de Cataluña, a cuyo rebufo se coloca el País vasco igual que el señor se sitúa tras el mozo cuando éste desbroza la selva.

No es excesivo imaginar que el país se encamine al subdesarrollo relativo si persiste en el inmovilismo radical. Ninguna de las naciones-modelo europeas (Suecia, Inglaterra, incluso Francia) está tan descaradamente secuestrada como España.

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