la tribuna

Rafael Caparrós

La segunda refundación del PSOE

ENTRE el XXVI Congreso de Suresnes (Francia) de 1974 y el XVIII Congreso de Madrid de 1979, el PSOE llevó a cabo su primera refundación política, al imponerse el tándem Felipe González-Alfonso Guerra a la dirección política del exilio, presidida por Rodolfo Llopis, en la decisiva cuestión de mantener o no la estructura del partido en el exilio o bien trasladarla a la semiclandestinidad posfranquista dentro de España para rejuvenecerla y refundarla.

Ahora, en circunstancias bien diferentes, el PSOE está emplazado a una segunda refundación, habida cuenta de la envergadura de su debacle electoral en las pasadas elecciones legislativas del 20-N. En efecto, es tal la magnitud de su derrota electoral -han perdido el apoyo del 40% de su electorado tradicional- que su digestión resulta prácticamente imposible. Se requiere, pues, un previo lavado de estómago antes de abordar cualquier otra terapia. En buena lógica democrática, ese "lavado de estómago" debería consistir en la rendición de cuentas de sus dirigentes y, por ende, en la presentación de dimisiones en cadena de quienes en estos últimos tiempos habían venido ostentando las máximas responsabilidades en los ámbitos locales, provinciales, autonómicos y estatales del PSOE.

A partir de ese momento, se debería iniciar un amplio y profundo debate interno entre sus militantes y simpatizantes -aunque necesariamente aireado urbi et orbe y, en la medida de lo posible, compartido con la sociedad-, acerca de los objetivos políticos de la socialdemocracia en la era de la globalización capitalista neoliberal. Y, sólo cuando ese debate se hubiera traducido en un nuevo programa político-electoral, procedería plantear las cuestiones del liderazgo más adecuado para ese nuevo proyecto político y de la necesaria adecuación del instrumento "partido" a sus nuevas finalidades.

Ahora bien, lo que estamos presenciando es justamente lo contrario. Ni autocrítica (salvo las tópicas lamentaciones "de boquilla" del tipo "todos somos culpables", cuyos efectos reales son autoexculpatorios, ya que si todos son culpables, no puede culparse a nadie a título individual), ni dimisiones ("no podemos dilapidar nuestro capital humano más valioso, que es el conjunto de los dirigentes y cuadros intermedios que forman el aparato del partido", lo que suele acompañarse de un "¡basta ya de autoflagelarmos!"), ni debate de ideas, ni replanteamiento acerca del oligárquico y opaco funcionamiento interno del partido. Y, por supuesto, ni una palabra acerca de la galopante corrupción que padece. Sus máximos dirigentes, esos mismos que formaban parte del gobierno "causante" del desastre electoral, se han lanzado de hoz y coz a disputarse el liderazgo del partido, como si todo lo demás pudiera solventarse "por añadidura".

Como demuestra la precipitada convocatoria del XXXVIII Congreso Federal del PSOE para febrero, sus actuales dirigentes han decidido anteponer la disputa del liderazgo a cualquier otra tarea pendiente. Un grave error estratégico, ratificado por el lanzamiento oficial de la candidatura de Pérez Rubalcaba a la Secretaría General del PSOE, a la que previsiblemente seguirá pronto la de Carme Chacón, que puede cerrar en falso la pretendida refundación del partido.

El PSOE necesita clarificar su propia identidad política socialdemócrata, abrirse mucho más a la sociedad e incorporar a las generaciones más jóvenes, que son las que están más distanciadas de la política, acaso porque son las que en mayor medida están sufriendo las consecuencias de la crisis, con un 45% de ellos en paro. Y para ello es indispensable que se haga mucho más transparente a la sociedad, configurando su nuevo funcionamiento democrático normalizado mediante el uso masivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

En efecto, para adecuarse al modo de producción actual, basado en la digitalización y en las redes complejas que se tejen a escala global hace falta una auténtica "revolución política" que transforme la lógica funcional de las instituciones sociales, políticas y administrativas existentes, para que la generalización de la conectividad a internet adquiera el adecuado sentido transformador global de los comportamientos sociales.

La lógica funcional de la propia sociedad red, que inexorablemente se nos impone, exige el acceso libre, inmediato y simultáneo a toda la información por parte de todos los intervinientes potenciales. Y esa transparencia interactiva es en gran medida incompatible con la lógica funcional de las burocracias disciplinarias públicas o de los partidos políticos tradicionales, caracterizadas por el secretismo y la opacidad (Weber), que presiden el pesado funcionamiento de sus flujos comunicacionales predominantemente verticales.

Lo que está en juego en esta delicada coyuntura política es importante no sólo para el PSOE, sino para la propia democracia española, puesto que se trata de la subsistencia de una alternativa progresista viable para todos los ciudadanos.

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