Las dos orillas

José Joaquín León

Los seises de diciembre

UNA parte de la Sevilla que describió Luis Cernuda en Ocnos permanece dormida, pero no muerta. Despierta cada 8 de diciembre, como si recibiera la gracia de un milagro de la Inmaculada. Con el eco de una vieja copla concepcionista, se eleva al final de la mañana a los aires de Sevilla; y desde la espadaña de San Antonio Abad traza un vuelo invisible que roza, como una caricia, el rostro de la Vieja Dama en el alminar de la Catedral. Así entra más gracia donde no suele faltar.

Seises cernudianos de traje azul y plata. El baile de los seises de diciembre tiene tonalidades celestes y se acompaña de música celestial. Es diferente al calor eucarístico de la primavera avanzada del Corpus, y a la mañana aún más calurosa de la Virgen, cuando el baile de los niños se funde con un revuelo de abanicos. Estos seises de diciembre son los más marianos y también los más genuinos de Sevilla, de su historia y sus recuerdos, de su presente que mezcla humos de incienso y de puestos de castañas, como presagio de los primeros villancicos.

Hasta el Metrocentro cobra verdad y vida en estas tardes frías de la octava de la Inmaculada. Como si fuera el tranvía de antaño, el tararantantrán de su lento paseo por la Avenida gana empaque y sentido cuando se contrasta con los cultos solemnes en loor de la Virgen, al otro lado de las puertas, al otro lado del mundo, dentro de la Catedral. El tiempo se detuvo tanto que hasta ha dado marcha atrás. No se ven canónigos de sotana y manteo, caminando presurosos hacia el Palacio Arzobispal. Pero hoy cuentan en voz baja, entre toses, por la esquina de Matacanónigos, que el próximo año habrá relevo, y a ver qué pasa.

Pues pasa una bicicleta por la Avenida, como si en esta Sevilla del siglo XXI no hubiera coches. Y comprendo que estoy otra vez en una Sevilla pobre, más de cardenal Segura que de cardenal Amigo, con más frío y menos dinero, con mucho paro y pocos lujos, que mira al cielo y ve menos luces de Navidad. Hay más pobres en las puertas de las iglesias, y algunos son pobres antiguos, con olor a tabaco y aguardiente, mientras te piden porque no tienen para comer.

Bailan los seises de diciembre, siempre celestes. Seises, que evocan a la Pura y Limpia en el Postigo; y al azahar inmaculado de una madrugada de primavera. Estos seises no son de las dos Españas, sino de las dos Sevillas, la de Cernuda y la de Romero Murube, que en verdad era una sola. Y nos han atrasado el tiempo, que se quedó fijo como un cliché. Mientras cruzo deprisa para que no me atropelle un tranvía, en estos años 40 disfrazados de 2008, en la esquina de la calle de la Mar, un hombre habla de Franco y los republicanos, y otro le dice que han publicado las memorias de Queipo de Llano. La vida sigue casi igual. Mañana se repetirá el baile de los seises de diciembre.

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