Desde el fénix

José Ramón Del Río

El señor Rodríguez

NO encuentro explicación para que al presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, se le llame, casi unánimemente, por su segundo apellido. Lo procedente sería llamarle por el primero, o sea, José Luis Rodríguez, o abreviadamente, señor Rodríguez. No me vale la explicación de que Rodríguez es un apellido corriente y como hay que referirse muchas veces a él, se producirían confusiones, porque otro presidente, con un apellido corriente, como Felipe González, se le conservó su primer apellido, sin llamarle Márquez. Otro político al que se llamaba con frecuencia por su segundo apellido es el ex ministro Miguel Arias Cañete, del que -sobre todo cuando le daban "caña"- olvidaban su primer apellido, que no es, por demás, un apellido muy corriente. Sin embargo, a otros políticos se les llama por dos apellidos, tanto si se trata de un apellido compuesto, como ocurrió con el ex presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo o con el presidente de AP Antonio Hernández Mancha, que siempre fue nominado por sus dos apellidos, pese a que el primero es también muy corriente. Pienso que el llamar a la persona por su segundo apellido, silenciando el apellido paterno, no obedece a una reivindicación feminista y es además anterior a la creación del Ministerio de Igualdad. La ministra Bibiana, en aras de la igualdad, dejaría en libertad para llamar a las personas por el apellido de su padre o de su madre. Fuera de España, sobre todo en los países anglosajones, no existe más que un solo apellido y las mujeres casadas pierden el suyo mientras lo están. Como también hay apellidos corrientes, es el nombre propio (no se puede decir de pila, si no están bautizados) lo que les distingue.

Yo encuentro la explicación en que se está reivindicando el derecho consistente en llamar a las personas como cada uno quiera. Se comenzó con las cosas a las que, en el lenguaje moderno "políticamente correcto", se las llama de otra manera. Así, a los viejos de siempre, hoy se (nos) llama "la tercera edad"; al servicio doméstico, "empleadas del hogar", y a la crisis, "desaceleración". Este nuevo lenguaje, aunque balsámico y eufónico, tiene un puntito cursi.

Cuando nuestro presidente del Gobierno entre en la cumbre del G-20 serán veintitantas sillas alrededor de una mesa y deberá buscar la suya ¿por la R de Rodríguez?, ¿por la Z de Zapatero?, ¿por la S de Spain? o ¿por la F2 de Francia? Tardará en encontrarla más que los demás, pero allí estará esperándole su sillón y cuando llegue el presidente francés se levantará para saludarle y agradecerle su gesto, porque ya sabe que quedarse sentado, cuando el protocolo y la buena educación exige ponerse en pie, trae malas consecuencias.

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