DEMASIADA dinamita en las respectivas santabárbaras depararon el Madrid-Barça más antipático y áspero que se recuerda. ¿De quién la culpa? No creo que el entrenador del Real Madrid pueda estar al margen del nivel de agresividad que sacó su tropa y que desencadenó la enésima expulsión tras la enésima barrabasada de Pepe. En esta ocasión se encontró con la peor cuña que hay, la de su misma madera, y ese histrión que es Dani Alves hizo el resto. Se acabó el pulso cuando se cumplía la hora de juego y a partir de ahí sólo existió el Barça para que apareciese imperial, imparable, el mejor futbolista del mundo.

Defendiendo de manera numantina discurrió ya el primer tiempo. Si el Barça defendía con el balón, adueñándose del balón, el Madrid lo hacía con el espacio mediante un sistema de relevos y de ayudas que servía para obturarle al rival cualquier vía de penetración. Todo eso y el miedo mutuo a perder era el denominador común en una pelea abrupta y como con una barbaridad de dinamita acumulada en las dos santabárbaras que derivaba a un estado de crispación que ya se había podido comprobar hasta en los saludos preliminares. Y es que tres choques en once días dan para mucho, sobre todo para una desmesurada ración de malos rollos.

Tras el descanso parecía que el Madrid adelantaba la línea de presión y hasta dispuso, a veces, del balón con Adebayor presionando arriba lo que antes no presionó Cristiano. Pero llegó el minuto 60, fatídico para el Madrid y salvífico para el Barça, pues el mejor antídoto madridista se iba a la caseta y en inferioridad numérica resulta complicadísimo inquietar al Barça. Al final, ese tesoro de gol que fue el segundo de Messi le daba a la eliminatoria una perspectiva que se antoja imposible para el Madrid. La expulsión de Pepe fue determinante y ahora debiera Mourinho no quejarse y preguntarse por qué siempre su equipo termina con uno menos frente al Barça.