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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

EN general endosamos la responsabilidad de las crisis que aquejan a Izquierda Unida y el Partido Andalucista a sus dirigentes, enzarzados en continuas disputas domésticas y a menudo extraviados de rumbo. Se puede decir que llevan años sin saber lo que quieren y peleándose con sus huestes menguantes.

Es así, sin duda. Me pregunto, sin embargo, si los Diego Valderas (IU) y Julián Álvarez (PA, ahora CA), podrían hacer algo muy distinto de lo que hacen: intentar, con más tesón que éxito, salvar los muebles de organizaciones que responden a proyectos ideológicos periclitados y que carecen de la representatividad social imprescindible para consolidarse.

Sólo pregunto, que conste. No tengo la respuesta. La coalición postcomunista, por ejemplo, se debate en un dilema irresoluble desde la caída de los regímenes llamados socialistas: si insisten en la defensa de la economía planificada y la propiedad pública de los medios de producción, se condenan a la marginalidad, porque esos sistemas han fracasado con estrépito, se han cargado la libertad sin por ello haber implantado la justicia; si aceptan la economía capitalista aunque sea con fuertes controles y derechos sociales, en poco se distinguen de los partidos socialdemócratas. Sólo es cuestión de grados en el reparto de la riqueza y en el radicalismo de los planteamientos, los tiempos y los porcentajes. Esto es insuficiente para articular un mensaje diferenciado que cale en una porción sustancial de los electores.

En relación con el andalucismo, la situación es peor por tratarse de un movimiento menos enraizado, más novato. Los nacionalismos periféricos nacieron en el siglo XIX como ideologías de las clases burguesas emergentes. El andalucismo surgió en el siglo XX como una construcción idealista, sin encarnar en ninguna clase social en ebullición. No se erige como partido hasta los años setenta, y más como un proyecto de ciertas capas intelectuales que como portavoz de una clase social. Por eso su identificación con respecto al eje derecha-izquierda ha sido siempre ambigua y propensa a los bandazos. Presentarse como auténtico representante del "pueblo andaluz" es una entelequia en una organización que nunca ha existido seriamente en media Andalucía y que en su mejor momento ha logrado 10 diputados de un total de 109.

Quizás sean más graves las crisis de PA e IU de lo que aparece en la superficie. Quizás no es cuestión de líderes y cualesquiera otros no tendrían más remedio que actuar como Julián Álvarez y Diego Valderas. Quizás la estructura social, la historia política y la cultura andaluza no son un buen caldo de cultivo para un nacionalismo extemporáneo y un postcomunismo más ético que operativo.

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