Antonio Rivero Taravillo

El sueño del celta

EN la Alta Edad Media, los escandinavos antepasados de Alfred Nobel, aquellos piratas antecesores del de la patente de explosiva fórmula (ya no de corso), saquearon los litorales de Irlanda.

Mario Vargas Llosa está a punto de lanzar una nueva novela: El sueño del celta. Volteándola, la piedra del destino en que los gaélicos cifraban la soberanía ha caído ahora del revés, y es él quien ahora ha entrado a rapiñar los puertos suecos, llevándose como botín el oro y la corona de laurel del Premio Nobel de Literatura, rapiña de la que no fue capaz el pro-vikingo Borges.

Hablar del Vargas Llosa futuro, aunque ya inminente, es hacer justicia al título y la atmósfera de esta obra, pues el imaginario celta siempre ha propendido a lo ulterior, a ínsulas del Más Allá como Avalón, que es una forma también de decir El paraíso en la otra esquina. No extrañará que el lusitano Pessoa, bañado por las mismas ondas atlánticas, cultivara el mito del rey porvenirista Sebastián. El mismo Rey Arturo era rex quondam rexque futurus, lo que dicho en román paladino es "en tiempos rey y rey que será". Y no exageremos para no acabar como Alonso Quijano, ¿pero no tiene el flamante Nobel una hija a la que llamó Morgana, como al personaje artúrico, es decir, céltico?

No se agota, pues, en el escritor presente la sombra del Nobel; se proyecta a la vista de su madurez y vitalidad sobre los renglones aún no trazados de lo que se intuye que guarda, obra en marcha y vigorosa, dádivas de mañana para sus lectores.

Y esta novela que está a punto de llegar a las librerías goza de uno de esos protagonistas señaladamente novelescos: Sir Roger Casement. No sólo trata de su vida en el Congo como relator de las monstruosidades del rey Leopoldo II de Bélgica, no meramente de su denuncia de la explotación del caucho en Perú (la explotación de los indios que lo extraían, quiero decir); también de su protagonismo en el Levantamiento de Pascua (de Semana Santa, escribes Vargas Llosa, como favoreciendo la idea de inmolación) de 1916 en Dublín, para el cual fletó un buque infausto que, cargado de rifles, no llegó a tiempo para el alzamiento, propiciando ese otro pilar de la sensibilidad céltica: el fracaso.

Vargas Llosa participa de la sugestión de Conrad por el personaje (que está en la trastienda de El corazón de las tinieblas), y por la de Jamie O'Neill (Nadan dos chicos), mas se acerca sobre todo a su predecesor en el Nobelato, William Butler Yeats, que lo cosechó en 1923.

Yeats, como Llosa, vio con distancia los excesos del nacionalismo, aun de la Irlanda que quiso liberar Casement. Lo cual no impidió que le dedicara sendos poemas al final de sus días, cuando unos cuadernos seguramente más dolosos que autobiográficos empañaron la figura del constante luchador por los derechos humanos.

Yeats visitó Andalucía en 1927, casi tropezando con los poetas de la generación que obtendría el Nobel en la figura de Vicente Aleixandre. Mario Vargas Llosa viene a menudo y volverá pronto, premiado, por estas tierras que tanto ama.

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