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Visto y Oído

francisco / andrés / gallardo

El suizo

PARA este ejercicio de memoria de hoy hay que tener cierta edad. Abstenerse, por tanto, treintañeros y menores de esa edad que renieguen del fútbol.

El Mundial 82 nos lo prometieron como una merendola colectiva en la que unos cuantos iban a ganar mucho dinero, todos nos lo íbamos a pasar muy bien y de remate nos iban a regalar, como un cromo de Bimbo, la copa del mundo. Aquel chico al que desde el futuro le telefoneaban a las puertas del primer McDonalds tenía la misma cara de pánfilo que se nos quedó a todos después del primer partido contra la potente Honduras.

El fiestón de Naranjito se abrió una tarde de sábado invernal con el sorteo de los grupos, presidido nada menos que por los niños de San Ildefonso, con sus gafotas y becas moradas. Aquella retransmisión que verían, no sé, unos 25 millones de españoles, fue un mamarracho a gran escala porque incluso las bolas de los bombos se abrían con los movimientos y dejaban al aire los papelitos con los nombres de los países. Un amaño a la altura de la organización española, con lo sutil que siempre resulta cambiar las temperaturas a las bolitas de las peceras.

El showman de aquel sorteo lamentable y tedioso, como el peor gordo navideño, fue el suizo Joseph Blatter, que con la sonrisa y su castellano resbaladizo de Benidorm se convirtió en la estrella simpática de aquel tostón claustrofóbico. Blatter, entre los aciagos Porta y Havelange, parecía Joaquín Prat en sus mejores momentos: el entonces secretario de la FIFA hacia méritos para escalar con vaselina. Subió a la presidencia por pura inercia. Un suizo en toda la extensión de la palabra. Tim Roth, el de Miénteme, lo va a interpretar en el cine y todo.

El otro día, víctima tal vez de un burdeos gran reserva, le dio un arranque público por Chiquito, rememoró sus tiempos de Naranjito, y al final el pato lo ha pagado el Sevilla. La FIFA siempre ha sido un cachondeo, claro.

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