ESPAÑA inició en Benidorm su defensa de la Copa Davis ganada el pasado mes de noviembre en Argentina con muy buena nota… en la pista. Tampoco es que hubiera demasiado temor a un resultado contrario, aunque en el horizonte apareciese la alargada sombra de Novak Djokovic, uno de los pocos tenistas capacitados para asustar al inmenso Rafa Nadal. Cualquier duda que pudiera albergarse quedó despejada tras el gran partido de David Ferrer, el primero de la eliminatoria y el que terminó de decantar el enfrentamiento del lado de una Armada cada vez más invencible.
Un éxito rotundo, sí, pero que comenzó con retraso y siguió a marchas forzadas para terminar la eliminatoria en tiempo y hora. La culpa, al parecer y según dicen, la tuvo el temporal de viento y lluvia que inutilizó una de las gradas y a punto estuvo de causar una desgracia. No está mal eso de culpar al empedrado, algo muy español, pero estaría bastante mejor sentarse a reflexionar sobre lo que pudo haber pasado en un aparcamiento de un parque temático.
Porque es allí donde se gastaron 2,2 millones de euros para montar una estructura que daba miedo sólo con verla por televisión. Se ha tomado por costumbre, ahora que el tenis mueve masas en España, montar pistas de tenis para diez mil personas en cualquier sitio como si eso fuera la plaza de toros desmontable del bombero torero. España goza de grandes instalaciones, centros específicos o pabellones multiusos, ya construidas y seguras para albergar eliminatorias de la Copa Davis. Es ahí donde deberían jugarse estos partidos. Y a aquel que intente la barata demagogia de justificar pistas ambulantes de tres al cuarto basándose en el argumento de que todo el mundo tiene derecho a ver tenis, que piense lo que hubiera pasado si esa grada se va al garete con 3.000 personas sentadas en sus asientos de plástico.
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