DENTRO del Estadio de la Cartuja se vive la cara amable de Sevilla, y fuera hay otro récord de crítica y público: el de los parados. Quienes ayer hicimos tránsito de ida y vuelta entre la ciudad cariacontecida que añora la vida de paga extra navideña, y la corte tenística de los invitados de sonrisa fácil y buffet gratuito, sobrellevamos como privilegiados ese contraste que hiela la ilusión y rebaja las ínfulas patrióticas y políticas de una competición deportiva. A la Eurocopa de fútbol, que ayer sorteó su fase final, llegaremos el próximo año como campeones, gritando A por ellos, oé, y a la vez batiendo la destrucción de puestos de trabajo. Cuando en la Eurozona vienen a por nosotros, oh cielos, qué horror...

Zoido, Espadas, Guerra, Arenas, Sanz, Tarno, Raynaud y otros políticos vivieron un viernes de tocar las palmas. Con esposas, con hijos o con amigos, se mimetizaban en el afán de victoria. Mucho más fácil identificarse a una buena noticia en la tierra batida que encerrarse un fin de semana en el despacho y salir después a la palestra para tomar decisiones sabias y valientes. Incluso al Rey le venía bien ser primer plano de los puntos ganadores y espantar los pelotazos de Urdangarín.

Griñán se equivoca mucho más con el paro que con el tenis. Se muestra como un gobernante alejado de la realidad, y como una persona que no empatiza con el sentir general, al decir que "no es mal dato si se analiza desestacionalizado" el incremento del desempleo registrado en noviembre en Andalucía, cuando las cifras básicas son 8.300 nuevos parados en noviembre, y un total de 982.477, de los que muchos son de larga duración. Puede preguntarle a los diez mil sevillanos despedidos en los últimos tres meses, si no es mal dato llegar parados a final de año. Esa sí es una final difícil, y no la Copa Davis, donde somos la moneda de cambio, el patrón oro y el valor refugio. Vibrante válvula de escape, mientras nos descalifican por incomparecencia en el Grand Slam de la competitividad.