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desde el fénix

José Ramón Del Río

El tercer grado

HOY en día, cuando se habla de tercer grado, lo normal es que nos estemos refiriendo al tercer grado penitenciario, que consiste en cumplir la condena de cárcel viviendo en semilibertad. Hay también otro tercer grado, que consiste en someter a un interrogado a presión física o psíquica para obtener una declaración. Esta expresión de tercer grado parece ser que tiene su origen en las practicas masónicas, donde están establecidos tres grados y al compañero que había llegado al grado dos, para acceder al tercero, se le introducía en la cámara de los maestros, acusándolo de un crimen monstruoso y se le sometía a una fuerte presión para que confesara el crimen que no había cometido.

Pues bien, leyendo lo que se ha publicado en los periódicos del interrogatorio del juez Castro a Iñaki Urdangarin, esposo de la infanta Cristina y, por tanto, yerno del Rey, pudiera considerarse que se le ha sometido a ese "tercer grado" que no debe tener lugar en un régimen democrático. Vaya por delante que, aun siendo miembro de la familia real -aunque ahora esté suspendido en esta condición-, no goza de ningún privilegio. Vaya también por delante mis respetos a las actuaciones de la judicatura, en general, y al juez Castro, encargado de la instrucción, en particular. Se le ha convocado a declarar en sábado y domingo, días en los que no se acostumbra a celebrar diligencias judiciales. Hay informaciones de que, ante sus respuestas evasivas, el juez le ha dicho que "para esto es mejor que no hubiere venido", o lo que es peor, que le ha amenazado con que sus evasivas pueden implicar a la infanta Cristina. Uno de los abogados presentes ha contado que el juez le amenazó con la "tortura" de un careo con su ex socio.

El juez ha negado la realidad de estas informaciones periodísticas, y debemos creerle, porque sería muy grave que un declarante reciba amenazas de un juez para obtener una declaración, máxime cuando un principio de derecho universal, recogido en nuestra Constitución, exime a cualquier persona de declarar contra sí mismo. Pero lo que es innegable es que su interrogatorio, en esos dos días, ha durado más de 22 horas, y el sábado terminó a las cuatro de la mañana. Es curioso que los defensores de los derechos humanos, tan preocupados de los de los terroristas, que hubieran puesto el grito en el cielo por un interrogatorio así realizado, no hayan dicho esta boca es mía. Si el yerno del Rey ha delinquido, que caiga sobre él todo el peso de la ley, pero no es lógico un interrogatorio de estas características, cuando la condena, de producirse, vendrá determinada no por su declaración, sino por las pruebas de delito que encuentre el instructor.

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